Las cifras pecuarias no mienten y reflejan la realidad

omo ya lo he manifestado en otras oportunidades, la realidad es la que es y la misma nos dice que la ganadería en nuestro país, en general la de la Unión Europea (U.E. – 27), con una visión medioplacista, lo tiene cada día más complicado para lograr sobrevivir económicamente.

En este contexto debe entenderse siempre, sin falsos eufemismos, que una granja, una explotación ganadera, sustentada en una base animal conformada por animales de renta, es, ante todo y por encima de todo, una empresa.

Como tal no le queda más remedio que generar, en su actividad global, un tercer margen bruto correcto. Éste le debe permitir obtener finalmente un beneficio neto real que no sólo retribuya adecuadamente el esfuerzo y el riesgo, que toda actividad empresarial supone, sino que pueda garantizar su futuro empresarial basado en una competitividad adecuada en los nichos de mercado en los que pretende concurrir.

Este futuro, manifiestamente económico, exige, como mínimo, a toda empresa pecuaria, inmersa en el ámbito de la Unión Europea, una permanente mejora estructural y funcional (que, a su vez, debe desembocar en unas mejoras continuas de la eficiencia y de la eficacia productivas); una correcta remuneración de los factores de producción para mantenerles fieles (lo que requiere asumir inversiones y gastos, claro es); un adecuado y oportuno relevo generación y de una correcta valoración social.

Cuando en un plazo de tiempo, que nunca es muy largo, el mencionado tercer margen bruto no es adecuadamente positivo la empresa ganadera no puede sobrevivir económicamente y se ve obligada a cerrar, por mucho que lo lamente el ganadero que pierde mucho más que su fuente de ingresos, porque también pierde su forma fundamental de vida.

Y exactamente esto es lo que está sucediendo en algunos sectores pecuarios en España, y pongo en primer lugar y como ejemplo, al sector del vacuno de leche y es que, como se va a poder constatar en los párrafos siguientes, porque las cifras no mienten, el medio rural se ve enormemente afectado por la situación referida.

En efecto, hace diez años (año 2013) había registradas en España, según datos del Ministerio de Agricultura (MAPA) 16.907 granjas de vacuno de leche activas. Probablemente, a finales del presente año 2023 queden unas 10.200. Ello significa, con estos datos en la mano, que, en diez (10) años, se han “quedado en el camino” el 40 por 100 de las granjas que teníamos en el año 2013.

En cuanto al número de vacas hemos pasado de las cerca de 850.000 que había en el año 2013 a las 790.000 que hay en la actualidad. Esto significa que hemos perdido, en el periodo de tiempo considerado, del orden de 60.000 vacas lo que pone en evidencia que lo que sucedía hace unos años: las granjas que iban sobreviviendo asumían la pérdida de censo de las que cerraba, ya no sucede en estos últimos años.

Lo que si es cierto, en razón de incremento de la productividad /vaca, es que hemos pasado de 6,4 millones de toneladas de leche producidas oficialmente en el año 2013 a unos 7,22 millones de toneladas aproximadamente, con que cerraremos el año 2023 (alejándonos, esto sí, un poco más del cénit del año 2021 que fue de 7,48 millones de toneladas y también del año 2022 dónde produjimos unos 7,32 millones de toneladas).

Y esta realidad expuesta, sustentada en cifras oficiales, no es exclusiva del vacuno de leche.

Así, si miramos, por ejemplo, lo que ha sucedido en la cunicultura, se puede constatar que hemos pasado de producir unas 63.200 toneladas de carne de conejo en el año 2013 a producir unas 40.000 en este año 2023. Por otra parte, en estos diez últimos años, han cerrado la mitad de las grajas cunícolas que había en España en el año 2013.

En este caso la percepción, por una parte de la sociedad, del conejo como mascota a la que deben sumarse los cambios en los hábitos alimentarios, la preocupación por la protección y el bienestar animales y el aumento de los costes de producción, ya tenemos cuáles han sido los principales causantes de la negativa evolución de este sector.

Cierto es que en este mismo periodo considerado se han registrado espectaculares aumentos en otros sectores pecuarios como, por ejemplo, en el porcino de capa blanca y en la avicultura.

No obstante actualmente, en prácticamente todos nuestros sectores pecuarios y muy especialmente en los de corte intensivo, se percibe, con una visión a medio plazo y con las cifras en la mano, una situación de manifiesta inestabilidad.

Ella es consecuencia, como ya lo he comentado en otras oportunidades, de la posición emocional y, por ello, muy poco racional, basada, en gran medida en la ignorancia, de una parte muy importante de nuestra sociedad, de la sociedad de la Unión Europea en general, frente a la producción pecuaria, que actualmente es una actividad empresarial de una gran enjundia o sustancia, técnica.

Esta posición social emocional desemboca, por ejemplo, en unas normativas legislativas de corte cada vez más antropológico luego, zootécnicamente cada vez más restrictivas y, por ello, económicamente menos asumibles por parte de nuestros ganaderos, que no pueden trasladar adecuadamente el incremento generado de sus costes de producción a los precios de venta de sus productos, entre otras causas porque, en muchos casos, no se cumple la Ley de la Cadena (lamentable, pero cierto).

Todo ello forma parte, insisto, de un proceso de “acoso y derribo” a que está sometida nuestra producción pecuaria, con el beneplácito, por omisión, del poder político y que corroboran las cifras expuestas, porque ellas no mienten.

En definitiva: esto es lo que hay y, nos guste o no, “no hay más cera que la que arde”.

¿Qué cómo veo el futuro de la “producción pecuaria basada en la gestión técnica y económica de los animales de renta”? La verdad: hoy, con no demasiado optimismo.