Ni tanto para el tambo tan poco para la agricultura…
¿Un cambio de paradigmas?
Cada vez que se consideran los resultados esperados de diversas actividades agropecuarias, uno de los ítems que se consideran, además de todos los costos e ingresos previstos es, dentro de los egresos, el tema de la inmovilización del capital afectado a tal o cual actividad, con su correspondiente costo de oportunidad. Dicho costo está compuesto por tres factores: el capital inmovilizado, la tasa de interés considerada, y el tiempo de inmovilización del capital. Y suelen aparecer, en la eterna comparación, la actividad tambo por un lado, y la actividad soja de cosecha por otro, como los dos, si se quiere “rivales” a confrontar y comparar una y otra vez.
De lo que no quedan dudas es que el capital inmovilizado por el tambo es sustancialmente mayor al de la soja, y de cualquier cultivo de cosecha en general. Con solo tomar en consideración el capital hacienda que requiere el tambo, con sus crecientes valores a través de los últimos meses, ya se supera holgadamente el capital implicado en todo concepto la soja y para la agricultura en general. Y a ello resta todavía agregarle luego otros ítems tales como obra civil considerada, manga y corrales, silos necesarios, y maquinarias, entre otros.
Como se mencionó anteriormente, el otro componente importante son las tasas de interés a considerar, las cuales constituyen finalmente el costo de oportunidad. Ello se origina en que se asume que el capital implicado en ambas actividades, de no estar afectado a ellas, recibiría un retorno, en concepto de interés anual, en el mercado financiero. Si bien dicha tasa va variando en función de la situación en el mercado financiero, la que se considera para la agricultura es la misma que se asigna al tambo, lo cual también analizaremos luego con más detalle.
Vayamos al nudo de la cuestión
El tema a poner a consideración en este artículo es el referido, por un lado, al tiempo de inmovilización de ese capital afectado. Aclaremos que el valor del interés afectado a cada actividad depende de tres factores: del monto del capital a inmovilizar, del nivel de riesgo considerado y del tiempo de inmovilización previsto. Cualquiera de los tres factores, a medida que aumenta, elevará el costo de oportunidad previsto, el cual se expresa usualmente en dólares/hectárea. Y tengamos en cuenta que el costo de oportunidad no se trata de un gasto menor sino que es tan válido e importante como cualquiera del resto de los costos considerados.
Ahora bien, un parámetro de gran importancia a tener en claro es esto del tiempo de inmovilización. La pregunta que aparece entonces es obvia: ¿a qué período nos estamos refiriendo cuando asignamos un tiempo de inmovilización? Si llevamos el concepto a términos financieros, sería, en el caso de un plazo fijo, desde que deposité ese dinero hasta que lo retiré a su vencimiento. Si fuera el caso de, por ejemplo una inversión bursátil, sería desde el momento en que compré las acciones hasta el momento en que decidí venderlas y convertirlas nuevamente en dinero. En el sector agropecuario las cosas no son muy diferentes, y por lo tanto, podemos concluir que la inmovilización va desde el momento en que invertí el dinero, hasta el momento en que percibí el ingreso por lo producido y vendido.
Ciclo biológico y tiempo de inmovilización no son lo mismo
Usualmente, se suelen presentar resultados comparativos esperados en los cuales, a la agricultura –en este caso la soja- se le asigna un tiempo de inmovilización de 6 meses es decir medio año, mientras que a las actividades ganaderas en general, sean de carne o de leche, se les asignan los doce meses, es decir el año entero. En realidad, esta convención, en el caso de la agricultura, nace de considerar prioritariamente el ciclo biológico de los cultivos, que en general ronda los seis meses –si bien con los adelantos genéticos logrados en los últimos años se han reducido, entre otros motivos para poder aumentar la cantidad de cultivos anualmente. En realidad, asociar ciclo biológico con tiempo de inmovilización termina siendo algo que no refleja correctamente la realidad de los hechos. Una cosa es lo biológico, y otra es lo financiero…
El verdadero tiempo de inmovilización
En este punto, analicemos ambas actividades: para asignar tiempos concretos, supongamos que la compra y pago de insumos para el cultivo soja para cosecha comenzó varios meses antes de la siembra, por ejemplo en mayo, porque el hecho de comprar en precampaña me permite acceder a mejores precios. Luego vendrá la siembra, por ejemplo, en noviembre. El final del ciclo biológico lo marcará la cosecha, tomemos marzo. A esta altura ya han transcurrido diez meses desde la inmovilización de capital en concepto de insumos y primeras labores. Pero además, la estrategia de las empresas suele ser no vender a cosecha sino prorrogarla varios meses más, con lo cual: por un lado se espera obtener mejores precios y por otro, reducir los costos de flete, al entregar en contra-estación o fuera de la mayor demanda y por lo tanto de tarifas de fletes, que se produce en cosecha. Y supongamos, por ejemplo, que comenzamos vendiendo la soja en julio, y terminamos en enero del año siguiente. Y esto no es una suposición trasnochada sino referida a casos reales que me ha tocado presenciar. En ese caso, podemos decir entonces que la fecha media de venta sería en octubre. Y eso determinará entonces el período de inmovilización del capital, que en total, de mayo de un año, a octubre del año siguiente, será finalmente de 17 meses, algo muy diferente a los 6 meses tradicionalmente planteados! Alguien podrá aducir que hay costos, tales como las labores más tardías, la cosecha y los gastos de comercialización, en los cuales el tiempo de inmovilización no es de 17 meses, y es cierto. Pero, frente a ello. Debo aclarar que por eso omití considerar el costo de oportunidad por la utilización de semilla de soja de propia producción, algo bastante difundido y un rubro de costos nada despreciable, y en cuyo caso, el tiempo de inmovilización es bastante mayor a los 17 meses mencionados…
Y pasemos ahora al tambo. El razonamiento podría ser el siguiente: en este caso, la producción fluye en forma constante, en forma diaria, y por tratarse de un producto perecedero, no cabe la alternativa de stockearlo. Es decir que el retorno al capital invertido comienza a darse en forma mucho más rápida que en el caso de cualquier cultivo. Es por ello que es un dato a revisar ese de asignarle a todo lo inmovilizado en el tambo sistemáticamente un año, cuando en realidad, en varios casos es en realidad menor.
También la tasa de interés es discutible
Usualmente se le asigna la misma tasa tanto, en este caso a la actividad agricultura de cosecha- en este caso soja- como a la actividad tambo. Ahora bien, sabemos que los riesgos que implica la actividad agrícola, incluída la soja, son sustancialmente mayores que en el caso del tambo. En primer lugar el riesgo climático, a través de la escasez de precipitaciones (si no, recuerden los resultados de la campaña 2008/09), pero también a través de la ocurrencia tanto de heladas tardías al inicio del ciclo, como tempranas sobre el final. Súmese a ello la volatilidad de los mercados granarios, la posible ocurrencia de enfermedades, y la aparición de plagas que produzcan mermas a pesar de los últimos avances fitosanitarios, entre otros.
Todo ello compone un panorama de riesgo sin dudas más complicado que en el caso del tambo. Y no quiero decir con esto que el tambo no tenga riesgos, sino que los mismos pueden ser acotados. Tal el caso de las empresas, cada vez más que, por ejemplo, ante eventuales contingencias climáticas han incluído en su estrategia de producción de alimentos aumentar la superficie destinada a los silos, de modo de asegurarse un volumen de reservas que exceda las necesarias para el ejercicio, incluso hasta llegando en algunos casos a tener como “colchón” una campaña entera de silo. Esa estrategia de acotar riesgos solamente puede hacerlo la agricultura mediante la contratación de un seguro, pero de todos modos, si ocurren adversidades climáticas severas, el sistema de producción deja de funcionar, cosa que no ocurre con el tambo. Este, si bien a mayor costo por la necesidad de “importar” mayor cantidad de suplementos, sigue funcionando y produciendo. De modo que, a mayor riesgo –caso de la agricultura- debería asignarse mayor tasa, tal cual ocurre en el mercado financiero.
Conclusión
Como hemos visto a lo largo de este artículo, es necesario repensar los términos de inmovilización del capital y consecuente costo de oportunidad que se suelen asignar tanto a las actividades agrícolas como a la lechería. Verá el lector que no se han sugerido cifras alternativas a considerar, ni para los tiempos de inmovilización, ni para las tasas de interés a aplicar como costo de oportunidad. En todo caso, esto será motivo de un análisis y debate posterior, de modo de poder plasmar en cifras tentativas todo lo hasta aquí desarrollado. En realidad, el propósito de este artículo ha sido operar como un disparador para volver a analizar algunas convenciones muy arraigadas, pero que probablemente haya que comenzar a revisar…
Ni la agricultura inmoviliza solo los clásicos 6 meses el capital invertido, ni el tambo lo hace por todo el año. Y cada actividad debería llevar su propia tasa de interés.