Ganadería: La gestión y la infraestructura básica superan a la escala como motores de la tecnología

Un reciente trabajo de investigación, desarrollado por un equipo de especialistas del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) de Uruguay, desafía una de las creencias más arraigadas en el sector ganadero: que el tamaño del campo o del rodeo es el factor determinante para ser tecnológicamente avanzado. El estudio, presentado ante la Asociación Argentina de Economía Agraria (AAEA) en septiembre de 2025, demuestra que las variables "blandas", como la actitud del productor hacia la gestión, y las condiciones básicas de vida, como la energía eléctrica, tienen un peso mucho mayor en la ecuación de la innovación que la simple acumulación de hectáreas (https://www.researchgate.net/publication/397263711_Factores_socioeconomicos_y_actitudinales_en_la_adopcion_tecnologica_de_los_sistemas_ganaderos_uruguay).

El análisis, liderado por Enrique Fernández y sus colaboradores, se sumergió en los datos de la Encuesta Ganadera Nacional, abarcando una muestra representativa de más de 15.000 establecimientos de cría y ciclo completo. Mediante un modelo de regresión logística ordinal, los investigadores no solo clasificaron a los productores en cuatro niveles tecnológicos (desde básico hasta avanzado), sino que midieron con precisión matemática cuánto aumenta la probabilidad de saltar de nivel al cambiar ciertas variables.

Lo que encontraron es revelador para cualquier asesor o productor que busque eficiencia. Tradicionalmente, se asume que para diluir los costos de la tecnología se necesita escala. Sin embargo, los datos duros indican que el "efecto marginal" de agregar una hectárea o una cabeza de ganado sobre la probabilidad de mejorar el nivel tecnológico es prácticamente nulo (cercano al 0,01%). En contraste, las decisiones de gerenciamiento mueven la aguja de manera drástica.

El simple hecho de llevar registros de gastos —una práctica que no requiere inversión de capital, sino disciplina— aumenta la probabilidad de alcanzar un nivel tecnológico "mejorado" en casi un 20%. Si a esto se le suma la asistencia técnica, la probabilidad sube otro 27%, y la propensión a innovar (la actitud de buscar activamente mejoras) añade otro 24%. Esto sugiere que la tecnología entra al campo por la cabeza del gestor, no por la tranquera del latifundio.

Otro hallazgo sorprendente, y que genera debate sobre las políticas de desarrollo rural, es el rol crítico de la electrificación. Contar con energía eléctrica en el predio resultó ser una variable con un impacto masivo. Aunque muchas tecnologías de procesos (como el manejo del entore o la revisión de toros) no requieren electricidad per se, la disponibilidad de energía actúa como un catalizador fundamental. No tener luz reduce sustancialmente las posibilidades de salir del nivel tecnológico básico (más de un 30% de impacto negativo). Esto subraya que el bienestar y la infraestructura mínima son precondiciones para que el productor residente tenga la claridad mental y las herramientas para intensificar su producción.

El estudio también valida la importancia del capital humano: el nivel educativo y la residencia en el predio son factores que apalancan la adopción. Los productores con formación técnica o universitaria, y aquellos que viven en el campo, muestran tasas de adopción significativamente superiores. Esto confirma que la ganadería moderna es un sistema complejo que requiere presencia y conocimiento, alejándose del modelo de tenencia pasiva de la tierra.

En definitiva, la investigación de Fernández y su equipo pone sobre la mesa que la barrera para la modernización no es necesariamente financiera o de escala, sino cultural y de infraestructura básica. Fortalecer las capacidades de gestión (saber "hacer números") y asegurar condiciones de vida dignas (como la electricidad) parecen ser las palancas más eficientes para mover a la ganadería regional hacia una intensificación sostenible, mucho más que el simple aumento de la superficie productiva.