El virus de la laringotraqueítis infecciosa aviar (ILTV) constituye un caso paradigmático del fracaso global en el control de enfermedades aviares. Desde hace más de un siglo, este herpesvirus se mantiene como una amenaza persistente en todos los continentes, desafiando vacunas, programas de bioseguridad y avances biotecnológicos. Ningún país ha logrado erradicarlo, y a nivel mundial sigue siendo un recordatorio de que la naturaleza guarda recursos adaptativos que superan cualquier estrategia humana.
La clave de esta permanencia está en su biología molecular y su extraordinaria resiliencia ambiental. Como herpesvirus, el ILTV establece latencia de por vida en la glándula de Harder y los ganglios del trigémino, expresando proteínas no estructurales que interfieren con la inmunidad del ave y bloquean mecanismos de defensa como la presentación antigénica y la apoptosis celular. Esta capacidad le permite permanecer oculto y reactivarse en momentos de estrés o inmunosupresión, liberando nuevas partículas infecciosas. Sin embargo, lo que agrava aún más la situación es su resistencia a condiciones ambientales adversas. El virus puede sobrevivir en ambientes secos, en el polvo de las naves avícolas y en las camas contaminadas, prolongando su capacidad de infectar incluso en ausencia de aves portadoras activas.
Se ha documentado, además, que el ILTV puede ser transportado mecánicamente por insectos y gorgojos que habitan en las camas de granja. Estos pequeños vectores actúan como vehículos de diseminación pasiva, trasladando partículas virales entre aves y galpones. Así, incluso cuando se refuerzan las medidas de bioseguridad, la biología del ecosistema avícola conspira a favor de la persistencia del virus. El ILTV no solo depende del ave hospedera, se vale de su entorno y de organismos asociados para perpetuarse. Este detalle explica por qué los brotes resurgen una y otra vez, aun en granjas con controles aparentemente estrictos.
Las vacunas vivas atenuadas, lejos de solucionar el problema, lo han profundizado. Estas vacunas, al replicarse en las aves, también pueden establecer latencia, revertir su virulencia y recombinarse con cepas de campo, generando nuevas variantes. En muchos países, los brotes actuales no provienen de virus silvestres las cuales casi han desaparecido, sino de cepas vacunales que han recuperado patogenicidad o han intercambiado material genético con virus circulantes. Este escenario crea un círculo vicioso en el cual la herramienta pensada para controlar la enfermedad se convierte en una de las principales causas de su persistencia.
El impacto económico es enorme. La mortalidad y morbilidad por brotes clínicos generan pérdidas directas, pero a ellas se suman los costos ocultos de la vacunación recurrente, la logística de bioseguridad, el incremento de antibióticos para controlar infecciones secundarias y la reducción en la calidad de los productos avícolas. En el largo plazo, el empleo masivo de vacunas vivas atenuadas y la incapacidad para erradicar el virus imponen una carga económica permanente, que erosiona la rentabilidad y limita la competitividad internacional de la industria.
El fracaso en el control del ILTV es, por lo tanto, global y multifactorial. Se debe a la biología intrínseca del virus, a su capacidad de permanecer en condiciones ambientales extremas, a la ayuda involuntaria de vectores como gorgojos e insectos, y a la paradoja de vacunas que, en vez de erradicar, perpetúan el problema. Ningún país ha podido doblegar esta combinación de factores, y la experiencia demuestra que la erradicación es una meta ilusoria.
En este escenario, la mejor estrategia a futuro no es la obsesión con la erradicación — una meta que, tras más de un siglo de esfuerzos, ha demostrado ser ilusoria—, sino el diseño de programas integrales que incluyan vacunas vectorizadas de nueva generación. Estos programas no pueden ejecutarse de manera improvisada o aislada, sino que requieren una estrategia racional de combinaciones antigénicas, cuyo efecto se capitaliza con el tiempo. La evaluación de estos esquemas debe realizarse bajo un criterio científico y bioestadístico riguroso, evitando caer en análisis mediáticos o conclusiones apresuradas. De lo contrario, el principal perjudicado será la propia empresa avícola, porque la convivencia con el ILTV bajo un programa mal diseñado no hace sino otorgar al virus una ventaja evolutiva, favoreciendo su transformación hacia formas más resistentes y patogénicas.
Conscientes de ello, en FARVET desarrollamos un enfoque innovador que parte de la comprensión de la biología molecular del virus. En un trabajo que publicamos en PLoS One (2019;14(8):e0219475), titulado “Perfil de producción de glicoproteína G (gG) durante la infección por el virus de la laringotraqueítis infecciosa (ILTV)”, demostramos que el virus al ingresar a la célula lo primero que induce es una inmunosupresión profunda, a través de la producción de glicoproteína G. Esta evidencia científica nos permitió dar un paso adelante: nuestras vacunas están reforzadas con GLICO-G, lo que aporta un soporte inmunológico adicional frente al efecto inmunosupresor del virus al potenciar las vacunas vectorizadas. No obstante, los beneficios de este tipo de formulaciones no se observan de manera inmediata, sino que requieren un tiempo prudencial de aplicación en programas vacunales bien diseñados para mostrar su verdadero impacto en la reducción de la circulación viral y lograr una protección más eficiente.
Filosóficamente, el ILTV encarna la idea de que el ser humano no puede dominar plenamente a la naturaleza. Cada intento de control ha sido respondido con una estrategia de resistencia viral. El virus nos obliga a aceptar que no se trata de destruirlo, sino de convivir inteligentemente con él, diseñando programas de vacunación basados en vacunas vectorizadas más seguras y reforzadas con proteínas no estructurales como la GLICO-G, reforzando la bioseguridad, implementando vigilancia genómica y comprendiendo que el ambiente mismo puede ser un aliado del virus si no se maneja adecuadamente.
El virus, en su aparente sencillez biológica, sabe aprovechar todas las oportunidades evolutivas que le concedemos, sino también de las incoherencias humanas, de nuestras divisiones y de nuestra falta de visión colectiva. Así, la laringotraqueítis aviar se convierte en un espejo incómodo; más allá de un desafío virológico, es el reflejo de nuestras limitaciones como industria, como comunidad científica y como sociedad.
El fracaso global en el control del ILTV no puede atribuirse únicamente a la biología viral. También es consecuencia directa de la manera en que los seres humanos hemos gestionado el problema. El virus, con su capacidad de latencia y su resistencia ambiental, encuentra un terreno fértil en las divergencias de criterios sobre cómo debe ser controlado. Estas discrepancias, muchas veces motivadas por ciertos intereses antes que por fundamentos científicos, fragmentan los esfuerzos y favorecen la permanencia del virus. Allí donde la ciencia debería ofrecer consensos sólidos, la industria avícola suele verse atrapada entre discursos contrapuestos, lo que genera programas vacunales heterogéneos, mal aplicados y sin continuidad estratégica.
En conclusión, el ILTV no es solo un desafío sanitario: es un maestro que enseña la humildad científica. Su resistencia ambiental, su capacidad de utilizar vectores biológicos como los insectos y su perpetuidad en el ave hacen imposible su erradicación global. La verdadera estrategia no está en prometer una victoria final, sino en reconocer que la ciencia debe enfocarse en mitigar el impacto, controlar la diseminación y aprender a coexistir con un virus que, desde su escondite silencioso, demuestra que la vida siempre encuentra la manera de prevalecer.