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Superando la frontera del bienestar animal: hacia una producción animal éticamente sostenible

Publicado: 7 de febrero de 2018
Por: Marta Elena Alonso de la Varga. Dpto. Producción Animal. Facultad de Veterinaria. Universidad de León. España.
Introducción
A nivel mundial hemos asistido durante las últimas décadas a una creciente preocupación pública sobre el bienestar animal, que según Broom (2007) se pone de manifiesto en los siguientes hechos: cartas de particulares y de grupos sociales a los medios de comunicación y cobertura mediática de los mismos, alusiones en los debates parlamentarios y declaraciones gubernamentales, peticiones de realización de pruebas científicas para evaluar el bienestar animal, trabajos de comisiones científicas y asesoras, financiación de proyectos de investigación científica sobre bienestar animal de determinadas especies, incremento de cursos de formación y congresos y finalmente mayor legislación. 
En la actualidad resulta infrecuente una reunión científica relacionada con el ámbito veterinario en la que no se mencione explícitamente el Bienestar Animal y este V Congreso de Producción Anima Tropical es una buena muestra pues una de las Temáticas del programa presente desde el principio es precisamente esta.
Sin embargo, en un nuestra relación con los animales otros aspectos han cobrado relevancia y en palabras de Tom Regan “podemos mejorar el bienestar de los animales, pero eso no altera lo erróneo de nuestra acción, pues lo importante no es su sufrimiento sino nuestra actitud hacia ellos” (Pompe, 2005). De este modo, se han ido introduciendo conceptos de obligaciones morales y sus implicaciones éticas desarrollándose argumentos bioéticos que condicionan el modo en que los consumidores y el público en general perciben los sistemas de producción animal.
En la actualidad la labor del veterinario va más allá de conseguir que los animales gocen de un estado de salud que les permita afrontar con éxito la reproducción para que puedan manifestar todo su potencial productivo. No solo debemos ocuparnos de que los ganaderos obtengan sus productos en las mejores circunstancias y condiciones tanto higiénicas y sanitarias como económicas, sino que debemos ayudarles a alcanzar el mejor mercado posible para ellos. Así, resulta de gran trascendencia que, en una sociedad globalizada como es la actual, donde la creciente preocupación de los consumidores por las implicaciones éticas de los sistemas y modos de producción puede suponer un veto para algunos productos, nosotros como veterinarios seamos capaces de adaptar los sistemas de producción a las nuevas exigencias éticas proporcionando además a los ganaderos argumentos que les permitan justificar moralmente sus estrategias productivas. Esto solo puede lograrse desde el conociendo y dominio de las principales teorías bioéticas.
 

Desarrollo
Esta corriente de creciente preocupación por parte de los consumidores, especialmente en los países del entorno europeo y norteamericano, tiene su base en el profundo cambio que durante el pasado siglo ha sufrido la sociedad y la consiguiente evolución en las relaciones entre el hombre y los animales. Varias son las causas que la han motivado.
En primer lugar, destaca el incremento de la población urbana en detrimento de la población rural observado desde la Revolución Industrial en los países industrializados. En el caso concreto de España este efecto se ha producido en los últimos 30 años (Gamero, 2007). Así, durante un largo periodo de tiempo buena parte de la población que vivía en el entorno rural tenía un estrecho contacto con los animales pertenecientes al núcleo familiar, de los cuales dependía su subsistencia, bien por tratarse de animales criados para el autoconsumo o bien porque la venta de los productos obtenidos de dichos animales mejoraba la exigua economía. Con el desplazamiento de la población al entorno urbano, en los países más desarrollados esa conexión con los animales de renta se pierde.
Por otro lado, dado que el hombre es una especie social y que necesita el contacto con la naturaleza en alguna de sus formas, aumenta el porcentaje de la población que tiene animales de compañía, y no sólo de las especies tradicionales como perros y gatos, sino también de otras consideradas hasta tiempos recientes únicamente como animales de granja, como son los conejos o los cerdos. Esa convivencia estrecha con los animales hace que sean considerados como miembros de la unidad familiar (Serpell y Paul 1994), aumentando el estatus moral que se les otorga y las obligaciones morales hacia ellos (Callicot 1992, Palmer 2012) y, por extensión, a los demás pertenecientes a la misma especie.
El tercer factor a considerar es el aumento de la educación y el conocimiento científico que ha propiciado la difusión de las similitudes entre humanos y animales, tanto fisiológicas como genéticas (compartimos un gran porcentaje de genes con especies tan alejadas como las ratas). Cuando mejor es el conocimiento del funcionamiento fisiológico y del comportamiento animal mayor es el grado de sensibilización ante el uso que hacemos de los animales y el trato que se les da. Cuando una persona considera a un animal como una posesión utilizable no muy diferente de un objeto inanimado es más probable que en su comportamiento pueda realizar acciones que disminuyan su bienestar, que si lo considera similar a los humanos en varios aspectos (Broom, 2007).
Teniendo en cuenta que según Reiss (2005) la Ética es la rama de la filosofía relacionada con como decidimos lo que es moralmente bueno o malo, acertado o erróneo, deberemos hacer un repaso histórico a las corrientes filosóficas antes de adentrarnos en las teorías bioéticas para poder comprender adecuadamente sus orígenes. Así, una de las primeras referencias que tenemos de la consideración moral de los animales data del siglo V antes de Cristo cuando Pitágoras y otros coetáneos, creían en la reencarnación y en la permanencia del alma que consideraban se encontraba también en los animales a los cuales situaban en un plano moral de igualdad con los humanos, por lo que abogaban por un estilo de vida vegetariano para evitar el sacrificio de los animales para su consumo. Posteriormente, Aristóteles con su gran influencia cambia la consideración moral de los animales al argumentar que su plano no puede ser de igualdad al carecer los animales de capacidad para razonar. 
Las principales religiones monoteístas sitúan al hombre en un plano de superioridad con respecto a los animales, pero introducen el “mandato divino de cuidar y proteger a los demás seres de la creación”. El cristianismo integra parte de la filosofía griega aristotélica y refrenda la posición moral de superioridad del hombre, siendo según White (1967), la religión más antropocéntrica que el mundo ha visto, con lo cual el uso de los animales no se vio cuestionado durante muchos siglos. En la actualidad algunos teólogos como Leonardo Boff y el propio Papa Francisco, abogan por una visión más Franciscana según la cual la ternura debería gobernar nuestra relación con los animales y con la naturaleza con los cuales compartimos genealogía divina (Rozzi, 2015a).
Volviendo al siglo XVII René Descartes, filósofo, matemático y científico, contribuyó al mantenimiento del status quo en cuanto a la consideración moral cristiana de los animales, al sostener que su funcionamiento era mecánico careciendo, incluso, de capacidad para sentir dolor (Singer, 2011). Como hombre de ciencia de su tiempo, está documentado que realizó vivisecciones en perros totalmente conscientes. Su creencia le llevaba a explicar que las vocalizaciones emitidas por los animales ante estímulos dolorosos se debían a un acto meramente reflejo. Ya en el siglo XVIII, el filósofo y naturalista escocés David Hume, duda seriamente sobre la ausencia de capacidad para sentir dolor de los animales. Es más, cree que los animales tienen capacidad de entender y razonar y que “como los humanos, aprenden muchas cosas de la experiencia”, siendo su corriente seguida por otros científicos de la época, entre los que ocupó un lugar destacado Charles Darwin, aunque no tienen gran repercusión debido a la influencia de la religión en ese momento.
En ese mismo siglo la figura más relevante e influyente es la de Emmanuel Kant, filósofo alemán, que aboga por la igualdad entre humanos en cuanto a la consideración moral que merecen, de modo que “ninguna persona puede ser utilizada como un medio para beneficiar a otra persona”. Cabe destacar que esta propuesta se realiza en el seno de una sociedad en la cual la esclavitud y la supremacía del hombre sobre la mujer se consideran algo
absolutamente normal. Sin embargo, para Kant los animales no pueden ser considerados en el plano de igualdad pues carecen de muchas de las capacidades humanas. Basándose en la igualdad entre seres, pero incluyendo a los animales, Tom Regan, filósofo estadounidense del siglo pasado llegaría a desarrollar el argumento ético de los derechos de los animales. A caballo entre los siglos XVIII y XIX, aparece la figura de Jeremy Bentham, filósofo inglés, padre del “utilitarismo”, corriente ética que busca alcanzar “la mayor felicidad posible para el mayor número personas”. Sus principios fueron adaptados a la ética animal en el siglo XX por algunos autores como Singer, Frey y Scruton (Pompe, 2005). 
 
Argumentos y teorias bioéticas
Todo este bagaje filosófico ha permitido desarrollar las diferentes teorías y argumentos bioéticos, que son el conjunto de pensamientos filosóficos que nos permiten evaluar el grado de aceptabilidad del uso que hacemos de los animales. Pasaremos, seguidamente, a realizar un repaso breve de las principales teorías bioéticas.
UTILITARISMO: “La moralidad trata de maximizar el bienestar humano y animal" Ha evolucionado desde la filosofía de la igualdad de Bentham (“Cada uno cuenta como uno y ninguno como más de uno”) utilizando el ejemplo de la esclavitud y el racismo para explicar la inmoralidad de la discriminación. Bentham se hacía las siguientes preguntas: “Llegará un día en el que la vellosidad de la piel, la terminación del os sacrum o el número de extremidades sean razones insuficientes para abandonar a un ser a su suerte. ¿Qué es lo que dibuja la línea insuperable? ¿Es la capacidad de razonar o quizá de hablar? Sin embargo, un caballo tiene una capacidad de razonar mucho más desarrollada que un niño recién nacido, de una semana o incluso de un mes. La pregunta no es ¿Pueden razonar? O ¿Pueden hablar? La pregunta es ¿Pueden sentir?
En la actualidad el utilitarista más conocido es Peter Singer quien escribió “Animal Liberation” en 1975. Singer, al igual que Bentham, aboga por la igualdad y que el mayor interés debe prevalecer, con lo cual basándose en esta idea de coste-beneficio, el coste de una acción sobre los animales no debe superar los beneficios obtenidos de la misma. Los animales, como los humanos, merecen consideración moral y lo que importa en nuestra relación con los animales es hasta qué punto afectamos su bienestar, pues este se relaciona íntimamente con el estatus moral (Pompe, 2005). Cuando decidimos qué debemos hacer, debemos considerar las consecuencias sobre el bienestar de los animales tanto como los potenciales beneficios para los humanos. En el caso de la producción animal resulta claro que las mayores críticas se han desatado en aquellos sistemas intensivos en los que los animales se encontraban en peores condiciones como las gallinas en jaulas y las cerdas atadas. Según Broom (2007) la evaluación del bienestar de los animales en un determinado sistema de producción o situación debe ser una cuestión científica y objetiva y una vez evaluado se podrán tomar las decisiones pertinentes a nivel ético. Sin embargo, esto no es tan sencillo pues ya desde el momento en que se trata de definir el concepto de “bienestar animal” no existe unanimidad pues se incluye desde la vida en armonía (Lorz, 1973) y capacidad de adaptación al ambiente (Broom, 1986) hasta la calidad de vida experimentada y valorada por el mismo animal según Summer (1996). Evaluar el grado de consecución de la satisfacción de las necesidades fisiológicas y los estados negativos del animal como el éstres está más avanzado pero cuando se trata de necesidades psicológicas, estados positivos y deseos la cosa se complica. Incluso algo tan básico como que la salud forma parte del bienestar no goza del consenso general (Broom, 2007). Buena prueba de ello es que no existe un sistema universalmente aceptado para evaluar el bienestar animal y ello a pesar de importantes cantidades de dinero gastadas en su investigación y desarrollo en los últimos años por ejemplo en Europa el Proyecto Welfare Quality®.
Atendiendo, por ejemplo, al caso de la producción de leche de ganado vacuno, el argumento utilitarista justificaría esta misma en base al beneficio que suponen para los humanos. Sin embargo, tiene que llevarse a cabo teniendo el máximo cuidado de que el impacto generado por los sistemas empleados sobre el bienestar de los animales sea el mínimo posible. En este sentido cabe destacar que en los climas calurosos y tropicales el estrés ambiental por calor y humedad en aquellos animales de altas producciones lácteas que tienen por ello un metabolismo más elevado sería más difícil de justificar que en zonas de climas más templados en los cuales este factor no influiría tanto sobre el bienestar global. Sería moralmente más justificable utilizar animales cuya producción unitaria no sea tan alta y que se encuentren más adaptados al entorno del que hablamos. Por otro lado, cuanto mayor sea el conocimiento de las personas que manejan los animales sobre sus necesidades mayores serán sus obligaciones morales hacia ellos y mejorarán sus condiciones de vida (Broom, 2007). 
KANTIANISMO Y TEORÍAS DEONTOLÓGICAS: “La moralidad se basa en acuerdos” Basado en reglas y obligaciones desarrolladas de la filosofía de Emmanuel Kant, por lo cual recibe la denominación de kantianismo, argumento contractual o deontología. Al contrario que en el utilitarismo, en esta teoría se desliga lo acertado o erróneo de una acción de sus consecuencias y, siguiendo al filósofo alemán, el valor de un animal depende de su valor para las personas, pues no tienen intrínseco y por ello no tenemos obligaciones directas con los animales. Se basa en la ley moral de que las personas nunca deben tratarse como medios para beneficiar a otras personas. Sin embargo, los animales sí pueden ser considerados como instrumentos para beneficio de las personas y solo se encuentran protegidos moralmente porque son importantes, de algún modo, para las personas. Volviendo a la producción animal en aquellos países en los que existen Leyes sobre Protección Animal, tenemos la obligación de cumplirlas pero no tanto por el valor moral del animal o su bienestar en sí mismos como argumentan defensores de los derechos de los animales o utilitaristas, sino porque existe esa Ley que debe ser respetada. Dada la formación recibida por la mayor parte del colectivo veterinario, tendemos a pensar que este argumento deontológico o contractual es el único existente o, en el mejor de los casos, el de mayor importancia (Código Deontológico).
Detrás de muchas decisiones tomadas por grandes cadenas comerciales y marcas de comida rápida de no utilizar como proveedores productores cuyas granjas son consideradas poco respetuosas con los animales está el argumento contractarianista, pues su mayor preocupación es vender productos y si los consumidores tienen reservas o directamente están en contra, la imagen de estas empresas se verá dañada y por ello forzarán a los productores a cambiar sus sistemas. Existen en Reino Unido empresas como la “Freedom Foods” que se encarga de etiquetar los productos obtenidos de explotaciones que cumplen con sus requerimientos en materia de alojamientos y manejo de los animales (Broom, 2007).
DERECHOS DE LOS ANIMALES:”Buenos resultados no pueden justificar medios perniciosos”
Esta teoría, desarrollada por Tom Regan, establece que tanto humanos como animales merecen protección moral, pues ambos tienen valor intrínseco y son capaces de experimentar sentimientos. El valor de los animales no depende de su utilidad o su significado para el hombre. Sin tener en cuenta si tienen o no capacidad para razonar, todos los seres capaces de “sentir” no deben ser utilizados como medios para beneficiar a otros. Este argumento está extrapolado del kantianismo, pero Regan incluye a los animales en su versión: ‘Los animales de laboratorio no son nuestros probadores, nosotros no somos sus reyes’.
No obstante, Regan clasifica el valor inherente en función de ciertas propiedades, como creencias, deseos e intenciones. Los animales que poseen un nivel bajo en estas propiedades, tienen menos valor inherente y merecen menor protección moral (Regan, 2004). Los defensores de los derechos de los animales se oponen al utilitarismo y consideran que el bienestar animal no es para nada relevante dentro del discurso moral. Creen que hay reglas
éticas fijas que ponen límites a nuestro trato hacia los animales: hay ciertas cosas que no estamos autorizados a hacer a los animales cualesquiera que sean las circunstancias o los beneficios que emanen de ellas. Esta idea de una prohibición no-negociable, es lo que habitualmente se quiere decir cuando se habla de “derechos de los animales”. 
Sin embargo, una cosa es decir que los animales tienen derechos y otra decidir cuáles son esos derechos. Esto significa que el argumento de los derechos de los animales se presenta en formas más o menos radicales. Los defensores más extremos de los derechos de los animales mantienen que estos tienen derechos iguales a los humanos. Obviamente, este punto de vista excluiría derechos únicamente humanos como pudiera ser la libertad de expresión. No obstante, incluye el derecho a no ser asesinado en beneficio de las personas (excepto en defensa propia).
En el otro lado, la reclamación puede ser que los animales tienen derecho a ser tratados “con respeto” o “humanamente”, es decir, nosotros no debemos hacer daño evitable a los animales. Los defensores más débiles de esta teoría no necesariamente descartan la cría de ganado y el sacrificio de especies domésticas. 
Los más extremistas con modos de vida vegetarianos estrictos consideran inaceptable matar animales para comer su carne o criarlos para aprovechar su leche, viendo a los ganaderos y veterinarios de animales de renta como auténticos enemigos de los derechos de los animales. RELACIONALISMO: “La moralidad nace de nuestra relación con los animales y unos con otros”
El argumento relacionalista es realmente un grupo de argumentos asociados. Lo que estos argumentos tienen en común es el énfasis en la importancia ética de las relaciones entre animales y seres humanos, al igual que entre personas. 
En este caso nuestras obligaciones con los animales dependen de lo próximos que estén a nosotros o no, por lo que estas son superiores en el caso de los animales de compañía que de los animales de granja o incluso de otros humanos que no conocemos (Callicott, 1992) . De este modo, tenemos obligaciones especiales con los animales domésticos pues nosotros cuidamos de ellos, pero, hablando en términos generales, no tenemos obligaciones con respecto a los animales salvajes. Por otro lado, Palmer (2012) pone mayor énfasis en que uno de los aspectos más trascendentes de nuestra obligación moral hacia los animales domésticos radica en que nosotros los hemos hecho vulnerables y dependientes de nuestros cuidados y decisiones por lo que nuestra obligación de protección activa hacia ellos supera con creces nuestra responsabilidad hacia otros animales salvajes o silvestres con los cuales solo tenemos la obligación de no interferir negativamente (“no harm”).
En cualquier caso, la teoría relacionalista puede mantener, simplemente, que siempre que exista una relación entre una persona y un animal (por ejemplo: un pastor y su rebaño) son aplicables unos límites éticos especiales en el tratamiento de esos animales. No obstante,  como la idea clave aquí es que existe un valor en la relaciones cercanas, los teóricos relacionalistas van a menudo más lejos y mantienen que las relaciones cercanas deben ser fomentadas siempre que sea posible. 
Bajo la luz de ese argumento el planteamiento de ganadería industrial (“industrial farming”) sería éticamente menos sostenible pues resultaría más difícil que pueda existir una relación cercana entre el personal que trabaja en una granja de 3000 vacas y los animales. Por ello, si asumimos que el grado de preocupación moral por los animales es inferior en las explotaciones de gran tamaño, sería mejor las granjas de estructura familiar con un número de animales escaso que permita un grado de conocimiento de cada uno de los animales muy alto y por ello, una mayor implicación y protección moral de los animales.
Integridad de las especies y respeto a la naturaleza
Rolston es el principal representante y proclama que es más importante proteger la integridad de la especie y su relación con el ecosistema, que los derechos de los animales individualmente. La extinción o la interferencia en la integridad genética de una especie se considera moralmente erróneo y éticamente inaceptable, pues cuando una especie se extingue el problema no es sólo la pérdida de recursos genéticos y oportunidades de disfrute, es que esa especie tiene valor en sí misma y el valor se pierde.
De nuevo, dado que preservar las especies es moralmente bueno por sí mismo, debemos respetar la naturaleza y su rica estructura genética. No debemos modificar genéticamente las especies, pues eso supone una interferencia irrespetuosa. Algunas de las críticas a este argumento se basan en que los cambios en el genoma suceden de modo natural produciendo una evolución de las especies en el tiempo, pues el genoma no es estático sino dinámico. 
Por otro lado, según Rozzi (2015 a y b) se está produciendo una fagocitosis y homogenización biocultural a escala mundial. A la luz de la Ética Biocultural y su implicación en la gobernanza global de la tierra (“Earth Stewardship”) para el mantenimiento del la salud de la naturaleza, la importancia que las relaciones entre los hábitos o costumbres de las comunidades de habitantes y sus hábitats tienen se ve seriamente amenazada cuando se pierden los modos de vida y producción tanto animal como vegetal de las comunidades autóctonas. Los casos más marcados son los desplazamientos de comunidades locales de América Latina ante la presión de la minería o la industria maderera. Pero no debemos olvidar que dentro de la producción animal algunas razas autóctonas se han visto diezmadas ante las razas cosmopolitas con las que no pueden competir en cuanto a producciones totales, pero tras
su implantación se van perdiendo muchos valores de hábitos y costumbres que mantenían y cuidaban la tierra.
Un claro ejemplo, de los diversos puntos mencionados en este argumento sería la tala de extensiones de selva en zonas del entorno amazónico para instaurar zonas de pasto para ganado vacuno de carne. Esta actividad no sería justificable pues supone una falta de respeto a la naturaleza, poniendo en riesgo el delicado equilibrio de las especies y comunidades de la zona pudiendo llegar a suponer el desplazamiento de los humanos y la extinción de algunas especies.
 
Conclusiones
No hemos pretendido con esta ponencia hacer un catálogo de lo que es moral y éticamente justificable en el campo de la producción animal, solo queremos suscitar la reflexión y destacar dos ideas:
- Los cambios en la sociedad actual han incrementado el estatus moral de los animales por lo que la aceptabilidad moral del uso que hacemos de ellos debe estar justificada mediante algunos de los principales argumentos bioéticos.
- Sólo desde el conocimiento podremos contribuir al mantenimiento de las producciones animales, proporcionando a los ganaderos herramientas que les ayuden a adecuar sus productos a las demandas de los consumidores cada vez más preocupados por las implicaciones éticas y el bienestar animal.
 
Referencias
Broom, D.M. 2007. Introducción: conceptos sobre la protección y el bienestar animal que incluyen las obligaciones y los derechos. En: Bienestar Animal. Ed. Acribia, Zaragoza, pp: 1-15.
Callicott, J.B. 1992. Animal liberation and environmental ethics: back together again. En: The animal liberation/environmental ethics debate: the environmental perspective. E. Hargrove (Ed.), State University of New York Press, Albany, pp: 249-262.
Gamero, M.R. 2007. España: un pais no proteccionista. En: Bienestar Animal. Ed. Acribia, Zaragoza, pp: 203-210.
Palmer, C. 2012. The moral relevance of the distinction between domesticated and wild animals. En: The Oxford Handbook of Animal Ethics. Beauchamp y Frey (Eds.). DOI: 10.1093/oxfordhb/9780195371963.013.0026
Pompe, V. 2005. The animal issue: diversity in values and thoughts. En: Animal Bioethics, Principles and Teaching Methods. Ed. Wageningen Academic Publishers, Holanda, pp: 79-95.
Reiss, M.J. 2005. Teaching animal bioethics: pedagogic objetives. En: Animal Bioethics, Principles and Teaching Methods. Ed. Wageningen Academic Publishers, Holanda, pp: 198-202.
Serpell, J.; Paul, E. 1994. Pets and the development of positive attitudes to animals. En: Animals and human society. A. Manning y J. Serpell (Eds.) Routledge, Londres, pp: 127- 144.
Summer, L.W. 1996. Welfare, happiness and ethics. Clarendon Press, Oxford. 
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Autores:
Marta Elena Alonso De La Varga
Universidad de Leon - España
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