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¿Cómo nutrir sistemas intensificados? Aprendizajes de la Chacra Bragado-Chivilcoy

Publicado: 6 de abril de 2020
Por: Ignacio Alzueta (AAPRESID y Plexagro) y Martín Torres Duggan (Tecnoagro). Argentina
Introducción
En este artículo intentaremos plasmar la experiencia reciente la Chacra Bragado-Chivilcoy de Aapresid, en cuanto a la necesidad de revisar la manera que venimos manejando nuestros sistemas agrícolas y en particular el manejo nutricional de los mismos, detallando algunos aprendizajes que hemos tenido en estos 4 años, así como plantear algunos vacíos de conocimiento de los mismos para trabajar a futuro. La Chacra Bragado-Chivilcoy de Aapresid, fue conformada por 14 miembros, entre asesores y productores, cuyos establecimientos se ubican en los partidos de Alberti, Bragado, Chacabuco, Chivilcoy, General Viamonte y 25 de Mayo (provincia de Buenos Aires). La precepción de los miembros de la Chacra B-C, era que, los rendimientos promedio de las últimas 10 a 15 campañas, parecieran haber alcanzado un “techo” productivo, sin importantes incrementos en los rendimientos de los principales cultivos de granos, junto a una marcada variación interanual. Sumado a esto, dentro de una misma campaña y de ambientes edafo-climáticos similares, existen importantes diferencias en los rendimientos logrados entre distintos productores o entre distintos lotes con diferente historia productiva. Por lo tanto, resultaba necesario caracterizar la brecha productiva y los causantes de esa brecha a nivel de cada cultivo individual como a nivel del sistema productivo completo, para poder generar estrategias que permitan disminuirla y estabilizar la producción.
Para ello, junto con el Sistema Chacras de Aapresid, se llevó a cabo desde 2014 a la actualidad, un plan de acción que permita cumplir con los objetivos planteados por los miembros de la chacra. Dentro del proyecto primeramente se trabajó en realizar una exhaustiva caracterización ambiental, donde se resaltaron las principales características edáficas, climáticas, de los cultivos y su interacción. Destacándose que existe una importante variabilidad edáfica, con presencia de argiudoles típicos, natracuoles, hapludoles típicos y hapludoles énticos; índices productivos que van desde 45 a 92; y capacidades de uso entre I y IV. En líneas generales, el área abarcada por el grupo presenta temperaturas moderadas, con un amplio período libre de heladas y una oferta de precipitaciones promedio cercana a los 1000 mm anuales, bajo un régimen isohigro sin una estacionalidad marcada a lo largo del año. Estas características hacen que la zona en la que se encuentra la regional Bragado-Chivilcoy presente condiciones edafo-climáticas propicias para alcanzar rendimientos estables a lo largo del tiempo e incrementarlos hasta valores más cercanos a los potenciales de cada cultivo.
Paralelamente, se trabajó fuertemente en evaluar detalladamente para cada uno de esos ambientes los sistemas agrícolas más difundidos y se los comparó con alternativas que presentaban un mayor grado de intensificación. Si bien esta línea de trabajo aún continúa siendo analizada, parcialmente se puede destacar que sistemas más intensificados logran mantener nuestros lotes “trabajando” por más tiempo y a su vez, incrementan la productividad total, mejorando aportes de C, la captura de recursos y el resultado económico. Sin embargo, no todos los ambientes pueden ser intensificados de la misma manera, dado que cada uno de ellos presenta limitantes diferentes, como puede ser alto riesgo de anegamiento para los cultivos invernales en la zona este de la regional, o déficits hídricos muy marcados en los suelos más arenosos de la región durante el verano.
Simultáneamente, se realizó un análisis de brecha a nivel de cultivo individual, del mismo se pudo observar que podemos incrementar la productividad del sistema ajustando el manejo tecnológico de cada uno de los cultivos, siendo el manejo nutricional de cada cultivo uno de las principales causales de esa brecha. Dado que se han observado grandes deficiencias de nitrógeno (N) en gramíneas y fosforo (P) en todos los cultivos y es necesario prestar atención a posibles deficiencias de otros meso y micronutrientes (S, Zn, Ca, K).
Otro punto destacable del proceso de aprendizaje de estos últimos años es considerar a los cultivos de cobertura o de servicio invernales como una herramienta clave a la hora de intensificar el sistema y potenciar la productividad del mismo. Hemos observado que este tipo de cultivos, no penalizan el rendimiento de mi cultivo estival, de hecho, suele incrementarlo, sumado a una mejora sustancial el aporte total de carbono (C) y ciclado de nutrientes, como el N y probablemente otros al sistema y colaborando notablemente en la supresión de malezas, por lo que se puede reduciendo marcadamente el uso de herbicidas, reduciendo tanto costos como el impacto ambiental de estos sistemas.
A continuación, intentaremos profundizar sobre algunos de los puntos resaltados en la introducción, como la brecha productiva a nivel de cultivo individual, el balance de nutrientes, el aporte de los cultivos de servicio y cómo podemos diagnosticar y tomar decisiones en sistemas agrícolas que necesitan ser reformulados.

La brecha productiva a nivel de cultivo individual
Como se planteó anteriormente, dado que entre los miembros de la Chacra Bragado-Chivilcoy existía la percepción que, tanto para cultivos estivales como invernales, no se está aprovechando el potencial productivo y que existe una brecha considerable entre los rendimientos logrados y los rendimientos máximos alcanzables, se plantea la necesidad de conocer en principio la magnitud de esa brecha y luego sus posibles causas para así poder diseñar estrategias para reducirla. Se entiende por rendimiento potencial al rendimiento obtenido por un genotipo determinado que crece sin limitantes hídrica y nutricional, libre de malezas, plagas y enfermedades, bajo la implementación de buenas prácticas agronómicas (Van ittersum y Rabbinge 1997). El rendimiento máximo alcanzable es aquel logrado por un cultivo que crece sin limitantes nutricionales y utilizando la mejor combinación de insumos y tecnología, pero merced a las precipitaciones locales (Lobell et al., 2009). En la generación del rendimiento interactúan diferentes factores, que según su grado de importancia hacen que el rendimiento alcance niveles cercanos al potencial o a los máximos alcanzables. Los rendimientos promedio a escala de producción resultan inevitablemente menores que los potenciales, ya sea porque alcanzar estos niveles requiere un manejo de cultivo óptimo logísticamente difícil de asegurar a escala respecto al control de plagas, malezas, enfermedades, nutrición, elección de genotipos y arreglo espacial; o porque alcanzar estos niveles de rendimiento no resulta rentable (Lobell et al., 2009). De este modo, se ha observado en diversos trabajos que los rendimientos promedio tienden a lograr un máximo próximo al 75% a 85% del rendimiento potencial o del máximo alcanzable limitado por la oferta de agua (van Wartet al., 2013; van Ittersum, 2013). Por lo tanto, es fundamental determinar si en un determinado ambiente, el “estancamiento” en los rendimientos se debe a que se está alcanzando esos niveles productivos cercanos al 80% o se debe a la presencia de otros factores como la degradación de los suelos, o a un manejo tecnológico inadecuado (Figura 1). Por lo que si no se ha alcanzado el máximo rendimiento alcanzable con (80%), a futuro, un posible incremento productivo dependerá de la incorporación de tecnologías y el desarrollo de estrategias de manejo para incrementar los rendimientos por unidad de superficie, haciendo un uso más eficiente de los recursos (radiación, agua, nutrientes), pero al mismo tiempo reducir los efectos negativos sobre el ambiente (Salvagiotti, 2009). Para poder diseñar estas estrategias es necesario conocer la magnitud de la brecha entre los rendimientos actuales o logrados y los rendimientos potenciales o los máximos alcanzables (ej. limitados por agua), así como de la posibilidad de identificar las causas que provocan esa brecha (Lobell et al., 2009).
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Para la región pampeana se han estimado rendimientos potenciales de trigo entre 5000 y 7300 kg/ha (Menéndez y Satorre, 2007), entre 6000 y 8000 kg/ha para soja (Manlla y Salvagiotti, 2012; Specht, 1999), y cercanos a los 17500 kg/ha para maíz (Salvagiotti, 2009). De acuerdo estimaciones recientes llevadas a cabo por el proyecto Global Yield Gap Atlas (GYGA; 2013), considerando las características edafo-climáticas de la zona en que se encuentra la regional Bragado-Chivilcoy, los rendimientos potenciales (sin limitaciones) promedio de distintas campañas estaría entre los 13600 y 16700 kg/ha para maíz, entre 6300 y 7300 kg/ha para soja y entre 7000 y 8300 kg/ ha para trigo. Los rendimientos máximos alcanzables (limitados sólo por oferta de lluvia estarían entre los 11600 y 12400 kg/ha para maíz; entre los 3700 y 4900 kg/ha para soja y entre 5300 y 6800 kg/ha para trigo. Las diferencias en el rango se deben a las localidades (y características edafo-climáticas representativas) utilizadas como referencia para la estimación. Considerando las localidades de referencia más cercanas para cada establecimiento, los rendimientos potenciales estimados por el proyecto GYGA (2013) para cada localidad, los rendimientos los máximos obtenidos por productores en la regional, y los rendimientos promedio de al menos 10 campañas, los niveles productivos actuales estarían aún lejos del 80-85% del potencial A nivel de los miembros de la Chacra Bragado-Chivilcoy, existía la percepción de que parte de esta brecha y de las variaciones productivas podrían ser explicadas a partir de posibles limitantes químicas y físicas de los suelos en cada uno de los distintos ambientes caracterizados previamente. De acuerdo a lo expresado por técnicos y productores, parte de estas limitantes podrían estar asociadas a los modelos productivos actuales, con rotaciones con predominio de soja de 1ª y criterios de fertilización de suficiencia o que apunten a maximizar el margen del cultivo en esa campaña. Estas observaciones son coincidentes con estudios recientes que sugieren que el deterioro físico y químico de los suelos, producto de rotaciones agrícolas con bajos aportes de C, podrían estar limitando los niveles productivos en la región pampeana (Bacigaluppo et al., 2011; Sasal, 2012).
Para responder estas interrogantes, se realizaron dos tipos de análisis: (i) a través de una base de datos con información histórica de lotes de producción, y (ii) mediante ensayos a campo. La base de datos se realizó con información histórica de los lotes de producción de soja (1ra y 2da), trigo y maíz (temprano y tardío) pertenecientes a la Chacra Bragado-Chivilcoy, sembrados entre las campañas 2006/07 y 2016/17 (Tabla 1). Esta base contó con información de cada lote sobre rendimiento, campaña, tipo de suelo, cultivo antecesor, fecha de siembra, genética, fertilización fosforada. Se caracterizó la Brecha Productiva en valores absolutos (kg·ha-1) y en valores relativos (%) como:
- Brecha (kg·ha-1) = RMO – RM [Ec.1]
- Brecha (%) = 1- (RM / RMO) [Ec.2]
donde, RM es el rendimiento medio (P50) de los lotes en cada campaña en kg·ha-1, y RMO es el rendimiento medio objetivo (P85) en kg·ha-1. P85 y P50, son los percentiles 95% y 50%, respectivamente. Para el RMA, se utilizó el percentil 100% (van Ittersum, 2013).
El análisis mediante ensayos a campo, se llevó a cabo durante las campañas 2014/15 a 2016/17, realizando 11 ensayos de campo en franjas sin repeticiones en diferentes establecimientos de la Chacra B-C con diferentes tipos de suelos. En cada ensayo se realizaron dos tratamientos. Al primero de ellos lo denominamos Tecnología Ajustada (TA), donde se buscó con el manejo agronómico que el cultivo no tenga limitaciones nutricionales y reducir al mínimo la incidencia de factores reductores. El rendimiento obtenido en esta franja fue análogo al RMO obtenido por el análisis de base de datos. El otro tratamiento fue denominado Tecnología del Productor (TP), que buscó reproducir el manejo agronómico promedio actual de los cultivos analizados; el rendimiento obtenido bajo este tratamiento fue análogo al RM obtenido en el análisis mediante base de datos. De este análisis destaca que los miembros de la Chacra B-C, aún podrían mejorar la productividad a través de ajustes del manejo agronómico, siendo los potenciales de mejora de 12% en trigo, 16 y 19% en soja de segunda y primera y 20% tanto en maíz temprano como tardío (Figura 2).
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Si bien en todos los cultivos se observó que la campaña agrícola, por sus características climáticas, fue una de las principales causas de la variabilidad productiva del cultivo en cuanto rendimientos máximos y medios alcanzados, todavía existe una parte de esa variabilidad sobre la que podemos actuar. Para ello es necesario diseñar estrategias de manejo que nos permitan disminuir la brecha y variabilidad intrae inter-anual. Entre estas posibles estrategias, es una constante la correcta elección del lote en cuanto a su antecesor; por ejemplo, el cultivo de soja previo a trigo; el doble cultivo trigo/soja de segunda previo a maíz y este último previo a soja de primera; y una generalidad utilizar fechas de siembra tempranas y cultivares o híbridos modernos de alto potencial de rendimiento, sumado a realizar un planteo de reposición de fosforo y niveles de N alcanzado mayores a los que se venían utilizando, 150-160 kg N/ha (suelo + fertilizante) en trigo y maíz temprano.
Balance de nutrientes en nuestros sistemas agrícolas
La nutrición del cultivo pudo ser analizada solamente focalizando en el manejo del N y del P, dado que casi no se tienen en cuenta otros nutrientes como azufre (S), zinc (Zn), etc. El mismo es muy representativo del manejo nutricional que se viene realizando en la zona desde hace algún tiempo. Una de las primeras situaciones a remarcar es el nivel de diagnóstico (análisis de suelo) que se realiza, el 85% de los miembros lo utiliza en sus cultivos invernales a la hora de planificar la nutrición del cultivo, mientras que en los cultivos estivales el grado de adopción de esta tecnología de proceso es del 60% en maíz temprano y 30% en el cultivo de soja de primera.
Uno de los resultados más contundentes en cuanto a que nuestro sistema agrícola está siendo manejado deficitariamente desde lo nutricional surge de la observación del contenido de P de los lotes. De 921 casos analizados entre todos los cultivos de granos, el percentil 50% fue de 11,3 ppm, con un 90% de ellos con valores menores a 15,5 ppm (Figura 3). Estos resultados son preocupantes dado que los niveles de P en suelo deseados para no encontrar limitaciones marcadas al rendimiento, deberían encontrase cercanos a los 22-25 ppm (García, 2017).
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Los niveles de P en suelo que estamos observando es consecuencia de que el aporte de P que estamos realizando es claramente menor al que estamos extrayendo. Si realizamos un cálculo entre el aporte que estamos realizando y le restamos el P extraído con los granos (estimado en base a los niveles de rendimiento; IPNI 2009) nos da como resultados un balance aparente del nutriente. En el caso del P, solemos encontrar balances negativos en el caso de la soja de primera (-14 kg P·ha-1) y los maíces tempranos como tardíos (-7 kg P·ha-1), mientras que en el caso del trigo observamos un balance positivo (12 kg P·ha-1; Figura 4). Esto último sería un síntoma positivo pensando en el objetivo de ir restituyendo este nutriente gradualmente para mejorar la “salud” de nuestros suelos, sin embargo, la mayoría de estos lotes fueron destinados a soja de 2da, cultivo en el cual es muy poco frecuente la aplicación de P. Por lo tanto, si consideramos que el cultivo de soja extrae 5 kg P·t-1 (IPNI, 2009) y esperamos un rendimiento de soja de 2da mínimo en nuestra región de 3000 kg·ha-1, la misma extraería unos 15 kg P·ha-1, provocando que el balance aparente sea neutro o levemente negativo, para el doble cultivo.
En cuanto al manejo nitrogenado, las situación es similar a la observada en P, los aportes que se realizan al sistema, son claramente menores a los que se extraen, consecuencia de la utilización masiva de modelos de suficiencia, donde se prioriza maximizar el resultado económico sin tener en cuenta el efecto sobre la “salud” del suelo en el medio a largo plazo, ya que los cultivos dependen en buena parte de la caja de N que le aporta el suelo a través de la mineralización de la materia orgánica, parámetro que también ha mostrado disminuciones marcadas en los últimos años. Esta disminución en el contenido de la MO, ha provocado que el aporte de la mineralización haya disminuido y, consecuentemente, los cultivos de gramíneas (principalmente maíz), muestren respuesta a la fertilización en niveles por encima de los umbrales de años atrás. Una prueba de esto son los resultados de los ensayos a campos realizados en la Chacra Bragado- Chivilcoy, donde se encontró respuesta significativa en 15 ensayos donde se comparó el manejo medio del productor (TP) con un manejo ajustado a altos rendimientos (TA) donde la diferencia principal fue la nutrición nitrogenada en ambos cultivos (+30- 40 kg N/ha; Figura 5). Coincidiendo con otros autores que sugieren que los niveles nutricionales actuales de los suelos de la región, producto de balances negativos de elementos como N, P, K y S generados por estrategias de fertilización conservadoras y apuntadas a un único cultivo, podrían estar limitando los rendimientos (Ferraris y Couretot, 2009; Torres Duggan y Rodríguez, 2014).
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A lo anteriormente expuesto debemos también considerar que los balances de C en el suelo tienden a ser negativos en las rotaciones más difundas de la región pampeana (Bacigaluppo et al., 2011; Sasal, 2012; Andrade et al., 2015; Agosti et al., 2017 y Alzueta et al., 2018), provocando que actualmente nuestros suelos presentan un gran nivel de degradación no solo química, sino también física, siendo esto uno de los principales causante de la brecha productiva y ese techo productivo con el cual nos hemos encontrado.

Repensando nuestros sistemas agrícolas
Como se detalló anteriormente, entre los miembros de la Chacra Bragado-Chivilcoy, existe la percepción de que una de las causas de la brecha y variabilidad productiva existentes, podrían ser explicadas a partir de posibles limitantes químicas y físicas de los suelos de los distintos ambientes, asociadas a los modelos productivos actuales, con rotaciones con predominio de soja de 1ª y criterios de fertilización de suficiencia o que apunten a maximizar el margen del cultivo en esa campaña. Estas observaciones son coincidentes con estudios recientes que sugieren que el deterioro físico de los suelos, producto de rotaciones agrícolas con bajos aportes de C, podrían estar limitando los niveles productivos en la región pampeana (Bacigaluppo et al., 2011; Sasal, 2012). Rotaciones más intensas y con mayor proporción de gramíneas que las utilizadas tradicionalmente permitirían mayores aportes de rastrojo y de C (Studdert y Echeverría, 2000), y mejoras en la estructura del suelo y el balance de agua (Sasal, 2012; Doran y Parkin, 1994; Havlin, 1990), contribuyendo a estabilizar la producción y elevar los rendimientos, y a aumentar la eficiencia en el uso de recursos (Caviglia et al., 2004). 
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A su vez, la utilización de estrategias de fertilización a mediano-largo plazo, con criterios de reposición y reconstrucción de nutrientes ha demostrado un incremento en los rendimientos alcanzados en cultivos individuales como maíz y soja (Ferraris y Couretot, 2009) y un incremento en la producción acumulada de grano de las rotaciones (Ferraris et al., 2012). A su vez, se ha observado que estrategias de manejo tecnológico que combinen la aplicación de micronutrientes, fungicidas foliares e inoculación con fijadores y promotores de crecimiento contribuyen a aumentar los “techos productivos” (Ferraris y Couretot, 2012). En ensayos de larga duración de la región Sur de Santa Fe (CREA-IPNI), se han observado rendimientos cercanos a los potenciales para soja y maíz utilizando estrategias que combinen una mayor intensificación de cultivos con criterios de fertilización de reposición/ reconstrucción y un manejo tecnológico intensivo (Boxler, 2013; Lagos et al., 2013).
Por lo tanto, en base a lo expuesto anteriormente, se plantea la necesidad de implementar mejoras a nivel “sistema productivo”, para ello creemos que es necesario centraremos principalmente sobre los pilares de la intensificación y diversificación de cultivos; apoyados por un manejo de la nutrición de los mismos pensada desde el punto de vista sistémico. A partir de esto, dentro de la Chacra Bragado-Chivilcoy se viene trabajando desde la campaña 2013/14 a la actualidad, en un plan de acción donde se están evaluando el efecto a medio-largo plazo de intensificar, diversificar y nutrir nuestros cultivos con un enfoque sistémico. Siendo los principales resultados parciales, que podemos incrementar la productividad del sistema ajustando el manejo tecnológico (nutricional) de cada uno de los cultivos; que las rotaciones más intensas lograron ocupar el suelo con cultivo vivo por más tiempo y lograron maximizar el rendimiento global, provocando una mejora en el aporte de C y la captura de recursos (i.e. nutrientes, agua, etc.) con un mejor resultado económico. A su vez, en estos ensayos ha resurgido la incorporación de cultivos de cobertura o de servicios como herramienta para intentar llevar a cabo exitosamente un sistema agrícola competitivo y sustentable, dado que estos pueden tener un efecto positivo sobre el sistema; como, por ejemplo, incrementando el aporte de C, mejorando el ciclado de nutrientes y agua, suprimiendo malezas, reduciendo la erosión, etc.

Inclusión de cultivos de cobertura al sistema
Una agricultura sostenible en el tiempo puede describirse como aquella que, a través de la gestión de tecnologías ecológicamente racionales, se enfoque no solamente en la obtención de altos rendimientos de un producto en particular, sino en la optimización del sistema en su conjunto. Actualmente, el proceso de agriculturización registrado en los sistemas agrícolas de la región pampeana y el aumento de hasta un 80 % de la superficie agrícola dominada por cultivos continuados de soja ha llevado a pérdidas en la cobertura de los suelos aún en sistemas de siembra directa.
A su vez el incremento de la superficie con cultivos de verano, y la intensificación en los planteos ganaderos (más silos y/o rollos), sumado a la coyuntura productiva actual, han provocado una disminución marcada en el área de producción de los mismos y, consecuentemente, un significativo cambio en los aportes de C al suelo. Estos cambios exponen al sistema agrícola a grandes pérdidas de su potencialidad productiva, principalmente por la degradación de sus suelos. En este contexto, la inclusión de cultivos de cobertura o servicio en la rotación aparece como una oportunidad para mitigar y/o revertir una serie de procesos que pueden condicionar la sostenibilidad de los sistemas de producción, complementando y/o suplementando la producción de cultivos invernales.
Se define cultivo de cobertura o de servicio (CS) a “una cobertura vegetal viva que cubre el suelo y que es temporal o permanente, el cual está cultivado en asociación con otras plantas (intercalado, en relevo o en rotación)”. Esto es, todo cultivo que se siembre entre dos cultivos sucesivos, que no tiene un valor económico en sí mismo, pero que brinda un servicio eco-sistémico y agrega valor al cultivo siguiente, que es el de interés económico.
Según Kruger y Quiroga (2013), existen un gran número de razones por las que podemos incorporar a los CS en nuestros sistemas, por ejemplo: mejorar el balance de C; fijar N para reducir los requerimientos de fertilizantes; atenuar las pérdidas de suelo por erosión eólica e hídrica; disminuir la presión de malezas y el uso de herbicidas; mejorar la captación de agua y reducir encharcamientos/encostramiento; mejorar transitabilidad; reducir riesgos de salinización por ascenso capilar desde napas; reducir evaporación incrementando la eficiencia de conservación y disponibilidad de agua en el perfil; disminuir la lixiviación de nutrientes; disminuir la susceptibilidad a la compactación.
Si bien, las ventajas que presentan los CS son muchas y con objetivos variados, existen algunas “desventajas” que deberían tenerse en cuenta. Por ejemplo, se reconoce que el consumo hídrico de éstos durante el invierno interferiría en la normal oferta de agua para el cultivo siguiente, podría generar problemas de implantación en los cultivos siguientes, como también ser hospedante de diferentes plagas y enfermedades.
Si bien, de acuerdo a la definición de cultivos de cobertura cualquier especie puede ser utilizada como tal, existe un grupo de ellas que son las más comúnmente usadas, de acuerdo a la finalidad que se esté buscando en cada sistema productivo particular. Dentro de las gramíneas, donde se persigue el objetivo principal de aportar C al suelo, las más comúnmente usadas como CS son: Avena, Centeno, Triticale, Raigrás; mientras que entre las leguminosas que tienen como uno de sus principales objetivos cubrir parte del requerimiento de N de los cultivos estivales sembrados posteriormente a su secado, se encuentran vicias y tréboles.
Actualmente existe un gran desconocimiento de cómo manejar adecuadamente este tipo de cultivos (CS) y los posteriores de cosecha, para no provocar efectos negativos sobre estos últimos. Algunas de las cuestiones claves en el manejo de los CS son las fechas de siembra e interrupción de los mismos, así como el manejo nutricional, ya que condicionan la productividad de MS, el consumo de agua, su capacidad de competir con malezas, aportar C, etc. También otras cuestiones como realizar una correcta inoculación y cuanto N pueden aportar los CS de leguminosas (i.e. vicias, tréboles, etc.).
Para no provocar un efecto negativo en los cultivos estivales posteriores es clave un seguimiento exhaustivo del agua en el perfil, conocer la probabilidad de recarga de la zona de producción y manejar pronósticos climáticos sumado a un adecuado manejo nutricional. Respecto a este punto es sabido que CS de leguminosas pueden aportar cantidades significativas de N a los cultivos siguientes (i.e. maíz y posterior trigo), pero existe poca información disponible para Argentina sobre cuánto podría llegar a ser el valor alcanzado. Dentro del Sistema Chacras de Aapresid se vienen realizando diferentes evaluaciones de este tipo y se ha observado que por ejemplo un maíz tardío con antecesor vicia puede llegar a absorber durante su ciclo hasta 62 kg N/ha más que un maíz tardío que tuvo un barbecho químico como antecesor (Kehoe et al., 2017), mientras que en la Chacra Bragado-Chivilcoy hemos observado niveles en R1 (periodo crítico) de un maíz temprano con antecesor vicia consociada con centeno hasta 25 kg N/ha disponibles en el suelo más, que comparado a uno que venía de barbecho químico. De hecho, un trabajo de tres años de duración la Chacra Pergamino de Aapresid, donde compararon diferentes antecesores para maíz tardío han observado que con niveles de productividad de vicia de alrededor de 4500 kg MS/ha, luego no se observa respuesta a la fertilización nitrogenada.
Es esperable que ese aporte de N extra que realiza el CS basado en leguminosas repercuta de manera positiva en el rendimiento del cultivo posterior si el agua no fue un limitante importante. Un ejemplo de ello se puede observar en la Figura 6, donde los cultivos de maíz tardío con antecesor CS rindieron en promedio 1.3 t/ha más que los provenientes de barbecho químico.
En cuanto al manejo de CS previo a soja, en general se utilizan gramíneas como el centeno, avena, trigo o cebada, los cuales aportan C y un buen control de malezas al sistema. Pero algunos trabajos sugieren que el manejo nutricional de esos CS es clave a la hora de evaluar el impacto sobre el posterior cultivo de soja. En general se encuentran rendimientos levemente deprimidos en comparación con una situación de barbecho cuando ese CS no ha sido fertilizado o solamente se le ha agregado un arrancador (i.e. 90 kg MAP/ha). El grupo CREA Ascensión ha observado respuesta en el rendimiento de la soja que van desde los 50 a 400 kg/ha, cuando al CS de gramínea se los fertilizo con 50 a 150 kg Urea/ha (Permingeat et al., 2017). Esto es explicado parcialmente por un incremento en la generación de biomasa aérea y radical, que provoca mejoras en la infiltración del suelo y un mejor ciclado de nutrientes.
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A pesar de que hay indicios sobre los aportes nutricionales que dan los CS y de qué manera interactúan con el resto del sistema, lo cierto es que hoy día existe un vacío de conocimiento en cuanto aportan estos CS a la MO del suelo, el P orgánico y otros nutrientes esenciales para los cultivos, y las interacciones entre ellos y la microbiología del suelo. Será importante a futuro poder diagnosticar estos sistemas y platear un enfoque sistémico para manejar la nutrición de sistemas intensificados.
Comentarios finales
De lo aprendido durante estos años de trabajo, surge que para maximizar la competitividad de nuestros sistemas de manera sustentable, debemos dejar de pensar únicamente en los cultivos de manera individual y comenzar a pensar en el sistema completo, por lo tanto, debemos trabajar en el corto plazo, pero pensando en el mediano a largo plazo y considerando que las principales herramientas con las que contamos son la intensificación de cultivos, sean de granos o combinados con cultivos de servicios, de acuerdo a las limitantes de mi ambiente y pensando en nutrir el sistema y no solamente fertilizar mis cultivos.
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Autores:
Alzueta Ignacio
Universidad de Buenos Aires
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Martin Torres Duggan
Tecnoagro -Tecnología Agropecuaria
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