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El futuro de la agrobiotecnología en la Argentina

Publicado: 5 de mayo de 2006
Fuente: Rubén H. Vallejos
En 1974 se produjo un hecho resonante que estaría destinado a multiplicarse y previsiblemente a dominar el Siglo XXI: el desarrollo de la técnica de DNA recombinante. Stanley Boyer y Herbert Cohen demostraron que era posible manipular el material genético de una bacteria (Escherichia coli) introduciéndole un gen heterólogo y logrando su expresión. Así nació la nueva biotecnología que rápidamente extendió la técnica a otros genes y bacterias, luego a levaduras, gusanos, insectos, plantas y animales, incluyendo a Pampa, la primer vaca argentina transgénica capaz de producir hormona de crecimiento humana en su leche. La transformación genética de plantas se produjo unos diez años después, en 1984, con la obtención de una planta de tabaco que expresaba un gen bacteriano capaz de darle a la planta resistencia al ataque de insectos. La transformación se logró empleando un plásmido vector de la bacteria Agrobacterium, método con el que rápidamente se introdujeron otros genes y se transformaron otras plantas. Diez años más tarde, en 1995, llegaron al mercado en Estados Unidos los primeros cultivos transgénicos. Entre ellos la soja RR resistente al herbicida glifosato, que fue adoptada por los productores argentinos y alcanzó rápidamente a más del 95% de lo sembrado. La soja RR, la siembra directa y una nueva raza de hombres de campo, el empresario productor agrícola que explota inteligentemente su campo con técnicas innovativas que conservan la calidad del suelo y aumentan la producción, sirvieron de base de una creciente agroindustria que aporta casi el 60% de las exportaciones del país. En los últimos diez años el desarrollo de la agrobiotecnología se vio frenado a nivel mundial por una moratoria originada en Europa y Japón y adoptada por otros países que cuestionaban la bioseguridad de los cultivos transgénicos, en medio de un confuso debate alimentado por la oposición política a la globalización, la falta de percepción de beneficios para el consumidor, e incluso por incidentes ajenos, tales como el mal de la vaca loca. En realidad, los pocos cultivos transgénicos actualmente en el mercado no ofrecen ningún riesgo ni para la salud ni para el medio ambiente. ¿Qué pasó en la Argentina en estos veinte años desde que se inició la agrobiotecnología? Una breve “primavera” biotecnológica se vivió con el primer gobierno de la democracia (1983-1989), generada por tres factores confluyentes. La política de la SECYT impulsada, entre otros, por la Dra. Sara Rietti y materializada en la creación del Centro Argentino Brasileño de Biotecnología (CABBIO) en el marco del Mercosur; el sector empresario en el que, entre otros, se destacó la prédica y la acción del Ing. Vitorio Orsi desde PASA y el Banco de la Provincia de Buenos Aires que a través de su Gerencia de Desarrollo y Tecnología “Prof. Jorge A. Sábato” organizó en 1987 tres seminarios internacionales sobre Biotecnología y Producción Agrícola, con la participación del sector público y privado sucesivamente en New York, San Pablo y Buenos Aires. El ambiente generado motivó a los principales grupos empresarios argentinos a incursionar en el tema creando gerencias de I y D o de Biotecnología e incluso nuevas empresas. Desde el CABBIO, bajo la dirección del Dr. Latorre, se comenzaron a financiar proyectos binacionales a partir de 1987. Lamentablemente esta “primavera” fue breve por los resultados electorales de 1987 y 1989, crecientes problemas económicos que derivaron en la hiperinflación de 1988 y en la renuncia anticipada del Presidente, lo que llevó a la mayor parte del sector empresario a retraerse de su reciente incursión en la biotecnología y al colapso de la financiación pública de la Ciencia y Técnica (CyT) y en particular de los proyectos del CABBIO. En el gobierno siguiente el país tuvo que soportar otro pico hiperinflacionario y la financiación del sistema de CyT y del CABBIO en particular, sólo se reanudó lentamente a partir de 1992. Este colapso tuvo consecuencias para la naciente biotecnología argentina difíciles de evaluar, pero que podrían ilustrarse con una experiencia personal. Con el primer concurso hecho por el CABBIO, el CEFOBI (Centro de Estudios Fotosintéticos y Bioquímicos) inició en 1987 un proyecto binacional con el Laboratorio de Genética UNICAMP, Brasil, y el apoyo del Criadero y Semillero Morgan (Argentina) y Sementes Agroceres S.A. (Brasil) para el mejoramiento del cultivo de maíz con técnicas de Biología Celular y Molecular que avanzó rápidamente. El concepto de la pistola génica publicado por J.C. Sanford de la Universidad de Cornell en agosto de 1987 abrió la puerta para intentar la transformación génica de cultivos que, como el maíz, no se habían logrado aún con la técnica disponible del Agrobacterium. En pocos meses y con la colaboración de CITEFA, investigadores del CEFOBI lograron diseñar y construir una pistola génica funcional cuya patente fue obtenida en 1989. Así, Sociedad Comercial del Plata S.A. presentó al CABBIO en 1988 un nuevo proyecto, “Obtención de plantas transgénicas resistentes a plagas”, más ambicioso, para la transformación de soja, girasol y maíz con la participación de Sementes Agroceres S.A. del lado brasileño. Lamentablemente el proyecto fue aprobado sólo para maíz (los evaluadores brasileños no consideraron conveniente colaborar en un cultivo como la soja en el que Argentina y Brasil competirían en el comercio internacional). Ante la reducción del proyecto aprobado, Sociedad Comercial del Plata S.A. decidió retirarse del mismo pues su interés estaba en la soja con resistencia a insectos, para lo que tenía planeado organizar un criadero de soja con una inversión considerable. También influyó la crisis económica relacionada. En el CEFOBI se continuó trabajando con los fuertes altibajos inducidos por condiciones financieras muy desfavorables que interrumpieron la colaboración con Campinas y alejaron, permanente o transitoriamente, a algunos investigadores. A comienzos de 1992 logró la transformación génica de maíz y de trigo, de lo que no había antecedentes en Argentina ni en América Latina, aunque sí en las empresas multinacionales que trajeron a partir de 1996 al país primero la soja transgénica y luego el maíz y el algodón. Se me ha preguntado si el CEFOBI hubiera podido desarrollar la soja transgénica si en 1988 se hubiese financiado el proyecto solicitado. Mi opinión es que lo habríamos logrado con un gen sintético para resistencia a insectos, aunque probablemente con resistencia a otro herbicida ya que el gen RR para resistencia a glifosato no habría estado disponible. Es un ejercicio un tanto fútil intentar estimar qué impacto económico podría haber tenido ese eventual logro, pero en dicho proyecto se estimó que la producción de ambos países que se podría beneficiar sumaba en 1988 16.000 millones de dólares. La década del 90 fue aparentemente estable, con el mismo Presidente en el poder durante diez años. Para la CyT y para la Agrobiotecnología en particular no fue tan estable. En el gobierno se sucedieron tres Secretarios de CyT con políticas muy diversas, que se pueden ilustrar con el hecho de que el CONICET, el organismo creado por el Dr. Bernardo Houssay y que permitió el desarrollo de la ciencia argentina, tuvo diez Presidentes o interventores en esa década, fue desfinanciado y se creó otro organismo, la Agencia, que según algunas opiniones estaba destinada a reemplazarlo. La aceleración de la globalización a nivel mundial con la sucesión de adquisiciones de unas empresas por otras contribuyó a la inestabilidad de los emprendimientos biotecnológicos en la Argentina. Por ejemplo, los intentos de transferir o aplicar la tecnología desarrollada por el CEFOBI de transformar maíz, sufrió los siguientes avatares. Un proyecto con el respaldo de Criadero Morgan, Agar Cross S.A. y Zambruni y Cia fue rechazado en 1994 en el concurso del BID-PMT “porque no había mercado conocido para maíz con resistencia a herbicidas e insectos”. El mismo proyecto fue asumido posteriormente por Criadero Morgan, quien lo iba a financiar íntegramente, pero en 1995 caducó cuando la empresa fue adquirida por Mycogen S.A.. Cuando este tema fue replanteado con esta empresa en 1997, se avanzó hasta depender de la eminente visita de un vicepresidente de la casa matriz, pero Mycogen S.A. fue adquirida en Estados Unidos por Dow Chemicals en 1998. Ante una demanda similar, pero aún más amplia, de Cargill Semillas de Argentina, después de una drástica renovación de su cúpula gerencial el avance en las tratativas terminó abruptamente con la adquisición de dicha división por Monsanto en 1998. Esta empresa, que también adquirió Dekalb y otras empresas argentinas, ha hecho todos los desarrollos biotecnológicos en su casa matriz o ha adquirido empresas biotecnológicas con avances de interés. Otro ejemplo de cómo puede ser afectado el desarrollo de la Agrobiotecnología en la Argentina por la ausencia de una política de Estado para CyT, fue el caso del Programa de Modernización Tecnológica iniciado por la SECYT en el CONICET con un crédito BID en 1994/5 y luego transferido a la recién creada Agencia por nuevas autoridades con otro enfoque político (aún en el mismo gobierno) que revió los proyectos en ejecución, redujo presupuestos aprobados y en ejecución y forzó cierres prematuros de la mayoría de ellos. Uno de los afectados fue el proyecto 174 “Obtención de trigo transgénico resistente al Fusarium y de mayor calidad”, que se llevaba a cabo en el CEFOBI y que fue interrumpido en 1998, cuando faltaba sólo un año para su conclusión, y obligó a desarmar un equipo de doce investigadores, varios de los cuales emigraron y se encuentran hoy en día en USA o en Europa. Pese a ello, se pudo avanzar en el análisis de algunos de los trigos transgénicos obtenidos, en particular con mejor calidad panadera, realizar ensayos de campo y replantear la transferencia de los mismos. Así se avanzó en 1998 en tratativas con Agar Cross S.A. que estaba interesada en incorporar dichos materiales y nuevos eventos a desarrollar a su programa de trigo. Cuando el convenio estaba a consideración del directorio, Sociedad Comercial del Plata S.A., que era su principal accionista, entró en convocatoria de acreedores y el paquete accionario de Agar Cross S.A. fue vendido a Dupont S.A. Un intento posterior y similar de transferir la tecnología desarrollada a Produsem S.A. terminó cuando esta empresa fue adquirida por Emergent Technologies en 1999. Encarando el tema del título ¿tiene futuro la Agrobiotecnología en la Argentina? Ciertamente, sí. La biotecnología va a dominar el Siglo XXI. En estos diez años iniciales se han introducido como transgénicos sólo 3 de los 20 cultivos más importantes y únicamente con pocas características novedosas. Hay desarrollados un número considerable de eventos que todavía no han logrado ser comercializados, en los que se mejora la calidad nutricional de sus proteínas y aceites y se refuerza su resistencia al estrés biótico (ataque por insectos, hongos y bacterias) y abiótico (sequía, heladas). Es previsible que para mediados del Siglo XXI todos o la mayoría de los cultivos serán modificados genéticamente con mejoras sustanciales de su rinde y calidad e incluso con usos y aplicaciones totalmente novedosas, como la producción de medicamentos o plásticos biodegradables y otros hoy inimaginables. No sólo los cultivos sino también las aves, peces y ganado que el hombre explota o usa serán también modificados. La generación de vacas transgénicas iniciadas con Pampa en Biosidus y sus clones con sus ubres transformadas en fábricas de productos terapéuticos es un primer ejemplo de lo que está por venir. Nuestra imaginación no es capaz de predecir todo lo que la CyT hará en 20 ó 50 años. En el Siglo XXI son previsibles algunos avances de las Ciencias Biológicas a tener en cuenta para imaginar el futuro de la Agrobiotecnología. La población humana de 6.000 millones crecerá hasta 9.000 millones alrededor de mediados del siglo y no sobrepasaría los 10.000 al fin del mismo. A este crecimiento hay que sumar el aumento de la expectativa de vida (de 74 años en Argentina y 78 en Japón) que podría llegar a los 100 ó 110 años con el consiguiente incremento en cantidad y calidad de alimentos demandados. La cuestión será cómo obtenerlos en forma sustentable y sin alterar catastróficamente el medio ambiente. Todavía no entendemos la embriogénesis somática, que manejamos desde hace 50 años, por la cual se puede regenerar una planta de una célula somática. Se puso mucha expectativa en lo que se lograría al descifrar el genoma humano y el de otros seres vivos. Se están logrando cosas, pero la más importante tal vez sea abrir una puerta a otro campo ignorado: el 90-98% de los genomas parecían carecer de sentido: se los calificó de “basura” (queriendo decir “no sé para qué están ahí”). Parecen corresponder a un nuevo mundo de pequeñas moléculas de RNA (similar al DNA) que gobernarían a los genes ya conocidos y permitirían explicar por qué los humanos, que tenemos un número de genes (más o menos 25.000) ligeramente mayor que un pequeñísimo gusano (C. elegans) y similar al de un yuyito (A. thaliana) y la mitad (¿!) que el arroz (50.000), pudimos llegar a la luna o componer sinfonías. El desarrollo de la Agrobiotecnología en la Argentina requiere como mínimo los siguientes aspectos. a) Instituciones y políticas estables: Se deben fortalecer las instituciones involucradas y consensuar una política de Estado que dé sustento al desarrollo de la Agrobiotecnología. Medidas recientes en el Ministerio de Economía, en la Secretaría de Agricultura, en la SECYT y proyectos en consideración en el Congreso Nacional alientan la esperanza de que se avance en este camino. b) Fuerte inversión pública en CyT. Aunque se escucha hablar con frecuencia en los medios políticos de ir hacia la “sociedad del conocimiento”, la inversión en CyT permanece estancada en el 0,3% del PBI pese al declamado y reclamado objetivo de llegar al 1%. Aún este objetivo es modesto, no sólo frente a lo que invierten los países más desarrollados sino en comparación con nuestros vecinos Chile o Brasil. c) Fuerte estímulo de la inversión privada en CyT. Tradicionalmente ha sido escasa la inversión privada en CyT en la Argentina causada por una errónea y miope política de algunas de nuestras grandes empresas basada en el deletéreo axioma “La tecnología se compra”, lo que supone que no vale la pena desarrollarla. Afortunadamente, esta mentalidad está siendo desplazada como lo demuestra el surgimiento de emprendimientos innovadores como Bioceres S.A. e Indear S.A. en Rosario. El estímulo mencionado tiene que lograr que la inversión privada crezca y supere a la pública, pues la relación que se observa en los países desarrollados es de 60% privada y 40% pública. d) Apoyo eficaz a la generación y transferencia de tecnología. Este es un tema complejo y de difícil implementación. La generación de tecnología requiere de dos factores: un amplio y sólido desarrollo local de investigaciones científicas básicas y una creciente demanda tecnológica del sector empresario. Lograr el primero depende de los dos primeros puntos mencionados ut supra. La demanda del sector empresario será alentada cuando sea estimulado a mejorar la calidad de sus productos y su competitividad a nivel internacional. La transferencia requiere de vasos comunicantes amplios y fluidos entre el sector científico académico y el sector empresario. Es necesario estimular el desarrollo de un mercado de capitales de riesgo que financien el desarrollo de ideas, descubrimientos e inventos innovativos y de potencial, aunque no seguro, interés comercial. La notoria preeminencia de los Estados Unidos en la innovación tecnológica y su contribución al incremento de la productividad industrial y comercial en la segunda mitad del Siglo XX está basada en la extensión del desarrollo científico público y privado y en un activo y casi único mercado de capitales de riesgo. Contribuyó en forma notable a esta preeminencia la “Bayh-Dole Act” de 1980 y otras leyes que facilitaron la transferencia de tecnología en ese país. El Acta mencionada habilitó a las universidades, tanto públicas como privadas, y a las pequeñas empresas a patentar descubrimientos financiados total o parcialmente con fondos públicos y a otorgar licencias exclusivas de dichas patentes, cobrando las regalías que se convinieren a terceros. La primer patente biotecnológica, la de Cohen-Boyer, mencionada al comienzo de esta nota, significó para la Universidad de California centenares de millones de dólares en regalías. Esta Acta y otras leyes contribuyeron a la proliferación de nuevas empresas biotecnológicas generadas frecuentemente por investigadores universitarios o del NIH (Instituto Nacional de Salud) que se convertían en “entrepreneurs” para explotar comercialmente sus propias investigaciones. El gobierno estadounidense renunció a la propiedad intelectual de las investigaciones financiadas con sus recursos. Las universidades se convirtieron en corporaciones que en algunos casos llegan a usar el capital formado por donaciones en operaciones comerciales de riesgo para explotar algunas de sus patentes. Después de 25 años de vigencia del Acta Bayh-Dole se está planteando una fuerte discusión sobre la relación costo/beneficio de su aplicación. Los beneficios han sido claramente su fuerte impulso a la transferencia tecnológica. Los costos, en forma de inconsistencias y ambivalencias y consecuencias no deseables para las universidades e instituciones públicas como el NIH y la investigación básica, se discuten en forma creciente, afectando la confianza pública en la ciencia y requerirán ajustes de la legislación. En la Argentina, la Ley 24.187 de 1992 fue un primer avance, aunque sus logros fueron magros por la inestabilidad de las políticas de CyT mencionadas. Las unidades de vinculación tecnológica que nacieron o se adaptaron a esa ley, en general, no han logrado afianzarse. El CONICET y algunas universidades tienen mecanismos que permitirían a sus investigadores asesorar a empresas, pero el tiempo invertido en desarrollos tecnológicos no siempre es evaluado ni estimulado adecuadamente. La generación y transferencia de tecnología, y en particular de la agrobiotecnología, se está comenzando a dar en Argentina, pero para que alcance un nivel que pueda impactar en la economía y el bienestar de la población requiere del desarrollo armónico de todos los aspectos mencionados.
Fuente
Rubén H. Vallejos
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