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Sustentabilidad del agua y los nutrientes en nuestros sistemas agrícolas: Apuntando a un blanco móvil

Publicado: 17 de julio de 2015
Por: Esteban Jobbágy, Grupo de Estudios Ambientales, Universidad Nacional de San Luis y CONICET. Argentina
Agricultura: una fuerza transformadora de la tierra
Ninguna actividad humana involucra una intervención tan íntima sobre los procesos de la naturaleza como la producción agrícola. Estas intervenciones abarcan acciones explícitas que van desde los genes a los paisajes. Por la agricultura transformamos organismos para nuestro beneficio, los hemos llevado de un continente a otro, despejamos territorio para que estos organismos prosperen, a esos territorios les hemos impuesto ritmos estacionales y patrones de paisaje totalmente nuevos, les inyectamos fertilizantes y pesticidas y a veces los regamos, para poder retirar en forma sostenida grandes cantidades de biomasa. A partir de una compleja red de conocimientos, tecnologías y organizaciones y de un importante aporte de energía fósil; hoy desviamos un 25% de la biomasa que anualmente se genera en los continentes hacia productos que valoramos y consumimos, esto es el doble que hace 100 años. La mitad de esta cosecha proviene de las tierras cultivadas, que representan hoy un 20% de la superficie continental global (excluyendo hielos y desiertos). La fuerza transformadora de la agricultura ha cambiado simultáneamente la forma en que circulan el agua y los nutrientes y reorganizado la diversidad biológica del planeta, llegando a acorralar a muchas especies que hoy se vuelven muy raras o se extinguen y favoreciendo la expansión de otras que se vuelven invasoras. 
Mientras el viaje agrícola que emprendimos como humanos hace 10000 años continúa, el interés y la preocupación por los “efectos colaterales” de la actividad sobre el ambiente crece y se transforma en un fenómeno cultural global de este siglo, capaz de generar cuestionamientos cada vez más profundos y globalizados. Lo ambiental ya no tiene sólo como foco la perpetuidad productiva de los lotes y de la actividad agrícola, como fue en los tiempos del “dust bowl” norteamericano en los años 30. Hoy las consecuencias del accionar agrícola son visibles y preocupan más allá de lo productivo y más allá del límite de los establecimientos. La expansión de la agricultura en Argentina no escapa a estas tendencias pero propone desafíos propios, que en el caso del agua y los nutrientes se diferencian de los más típicos planteados en el resto del mundo. En esta presentación se busca destacar estas singularidades de la producción agrícola y el ambiente en Argentina que surgen de la convergencia única de condiciones ecológicas, económicas y políticas del país e imponen la necesidad de desarrollar un análisis independiente del problema.

El agua
A nivel global la preocupación principal respecto al agua es la de asegurar su provisión en cantidad, calidad y ritmo adecuado con el fin de abastecer las necesidades humanas y, cada vez más, también las de la vida silvestre. El sector agrícola está sujeto a escrutinio principalmente por ser el consumidor número uno de agua, a través del riego. 
Desde lo global, entonces, se ha popularizado una medida para evaluar a la agricultura que es la de la “huella hídrica”: Cuánta agua de lluvia o de riego hemos utilizado para obtener una unidad de producto. Pero el agua no tiene el mismo valor en todas partes ¿Vale lo mismo el agua que permitió producir un litro de leche usando alfalfa regada en Mendoza o maíz picado y pasturas de secano en la Cuenca del Salado? La importación ciega de indicadores envasados como la huella hídrica no nos ayuda a revisar el impacto ambiental de nuestra agricultura.
Argentina se distingue desde el punto de vista del agua y la agricultura por dos aspectos principales: (i) a pesar de tener tierras agrícolas y acuíferos bajo condiciones semiáridas a subhúmedas, es aún uno de los países menos regados  del planeta y (ii) la mayor parte de estas tierras se ubican en una llanura, la chaco-pampeana,  de relieve extremadamente plano y por lo tanto propensa a desplegar inundaciones por ascenso freático. Estos dos aspectos llevan a que en la mayoría de los contextos agrícolas de nuestro país, la regulación hidrológica y no la provisión de agua, sean los aspectos hidrológicos que más nos preocupan. En una enorme parte de nuestras llanuras el uso conservador del agua que hace la agricultura nos causa problemas. En la región pampeana, los niveles freáticos más elevados, la menor capacidad de albergar excesos de lluvia y, por lo tanto, los anegamientos e inundaciones más frecuentes son el problema principal. La creciente dominancia de cultivos anuales sobre pasturas o pastizales y el muy efectivo control de malezas y la acumulación de rastrojos en superficie han llevado a los lotes pampeanos a consumir una menor cantidad de agua por transpiración y hacerlo hasta profundidades menores del suelo, favoreciendo el acercamiento de las napas a la superficie. Mientras que en períodos secos esta nueva condición representa una oportunidad que cada vez es aprovechada en forma más consciente, la llegada de períodos húmedos encuentra un sistema mucho más vulnerable a los anegamientos e inundaciones. Esta mayor vulnerabilidad surge de la menor capacidad de albergar excesos hídricos, resultado de napas que se mantienen más superficiales, y de la reducción del consumo de agua cuando más necesario es incrementarlo, producto de la interrupción de las siembras y de la merma en la capacidad de consumo de agua de los sistemas de cultivo anual que se aplican.
En la región chaqueña, la escasez de agua es la preocupación más obvia en la agricultura, sin embargo un proceso lento de ascenso de napas y sales, que ha sido devastador en situaciones semiáridas de Australia, muestra algunos síntomas en esta región del país. Bajo monte, los suelos del Gran Chaco han mantenido un balance de agua sin excedentes líquidos, en el que toda la precipitación es evapotranspirada. Por esa razón estos suelos han acumulado grandes cantidades de sales debajo del tercer metro. La agricultura en la región dispara el comienzo de la recarga profunda de agua y transporta las sales hacia las napas, que suelen ser profundas. Sin embargo después de períodos largos bajo cultivos, se encuentran napas salobres cercanas a la superficie y comienzan a surgir los primeros problemas de lo que suele llamarse “salinización de secano”. Solo con sistemas de cultivo capaces de hacer un uso prácticamente exhaustivo del agua de lluvia, puede mantenerse controlado este proceso. Nuestra agricultura parece hacer esto mucho mejor que la agricultura australiana, pero es necesario prestar atención al proceso y monitorear los ascensos de sales en forma continua, reconociendo la posibilidad de que se requiera mantener bajo cubierta forestal un parte significativa del área. No necesitamos ahorrar agua de lluvia en estas llanuras, necesitamos usar las lluvias tan exhaustivamente como la hacían las pasturas o los bosques que reemplazamos con cultivos anuales. También necesitamos reconocer como las tensiones entre producción y ambiente relacionadas al agua implican asimetrías entre quienes causan y sufren los problemas. En región pampeana, por ejemplo, los tambos son el sistema productivo que generan menores excesos hídricos, pero uno de los que más los padece. Lleva tiempo y esfuerzo entender estos problemas hidrológicos que no conocen fronteras entre disciplinas. 
Hay que identificar a los actores involucrados y comprender sus demandas e intereses, hay que entender las causas subyacentes a los problemas ambientales que se plantean, atribuir responsabilidades a distintas prácticas productivas y sectores. Y por supuesto, es más fácil recurrir a un manual de la huella hídrica y confiar en que esa huella es sinónimo de sustentabilidad para algún círculo especializado de referencia. Pero sólo lo primero nos hará progresar y establecer mejores acuerdos. 

Los nutrientes
A nivel global la agricultura tiene una de sus más grandes “cuentas pendientes” con el ambiente en los excesos de fertilización y los problemas de contaminación asociados. Las grandes “zonas muertas” del océano son tal vez el ejemplo más significativo de la magnitud de estos efectos. En las cuencas agrícolas más fertilizadas del planeta, los nutrientes que escapan de los lotes sobrefertilizados viajan por los ríos hacia el océano y eliminan la vida a cientos de kilómetros mar adentro por eutrofización. El problema avanza en el Golfo de México, en el Mar Báltico y se suma recientemente el Mar de la China. Pero el  Mar Negro se recupera tras la interrupción de la fertilización que acompañó al colapso de la Unión Soviética. Como en el caso del agua, Argentina, por ahora, escapa al desafío más típico a nivel global y presenta otros desafíos propios dados por la austeridad de nuestra fertilización y la alta exportación de granos.  Mientras que la mayoría de las áreas agrícolas del mundo que expanden el área cultivada e incrementan la productividad se recuestan sobre un crecimiento sostenido de la fertilización, Argentina aún sostiene balances negativos (exportación > fertilización) en casi todo el territorio agrícola. Además de reflejarse en los cálculos que puedan hacerse desde un escritorio, estos desbalances vienen dejando una huella en el stock de nitrógeno y fósforo de los suelos y se reflejan en los niveles predominantemente bajos de concentración de nitratos de las aguas freáticas pampeanas. Hasta el presente nuestra agricultura ha crecido consumiendo el capital de nutrientes del suelo, lo que en el caso del nitrógeno ha sido posible gracias a la dominancia del cultivo de soja, que por otra parte impone una alta extracción de fósforo. Para sostener la productividad de los lotes agrícolas en el largo plazo es importante reconocer en qué medida los stocks de nutrientes hipotecados generan otros costos en el sistema y con qué facilidad podrán renovarse en el futuro. También es crítico comprender como el comportamiento de fertilización de los agricultores responde a señales del mercado de insumos y productos y a políticas públicas. Paradójicamente, la austeridad en el uso de  fertilizantes puede traer algunos problemas ambientales.
Desde el punto de vista hídrico, al limitar el crecimiento y la actividad de la vegetación cultivada, la falta de nitrógeno llega en algunos casos de la región pampeana y chaqueña a limitar la transpiración y por lo tanto agrava el problema de la generación de excesos hídricos discutida en la sección anterior. Se suma a esto el problema de limitar la siembra de cultivos no fijadores de nitrógeno, particularmente maíz y cereales de invierno, lo cual no solo agrava el problema del balance hídrico sino que restringe también la capacidad del sistema de incorporar materia orgánica al suelo y cubrirlo de rastrojos. Esto es especialmente importante en la región chaqueña, donde en la medida en que las tierras deforestadas  entregan su stock original de nutrientes del suelo a los cultivos, la fertilidad química se agota y la posibilidad de fertilización se ve limitada por los mayores costos y riesgos climáticos de la agricultura en esa región.
A nivel global se reconoce hoy una crisis en el suministro de fertilizantes fosforados. El recurso mineral es limitado en magnitud y acotado en su distribución geográfica y su demanda crece. Una extracción acelerada por la dominancia de soja y una fertilización que no alcanza a acompañarla, sugieren que Argentina se encontrará en unas décadas con la necesidad de incorporar fósforo masivamente a sus suelos, y seguramente tendrá que hacerlo a precios mayores al actual. Hay mucho por hacer en varios frentes tecnológicos respecto a la crisis del fósforo y esto contempla no solo la oferta de fertilizante sino la reducción de su demanda por los cultivos. Una oportunidad poco contemplada surge de reconocer la naturaleza de la función del fósforo en las semillas y la posibilidad de reducir su consumo por la planta. La mayor parte del fósforo en los granos se acumula como ácido fítico que ofrece una fuente de este elemento a la plántula que se establece. Esta molécula no es digerida por los humanos y tampoco por cerdos y pollos, que son los primeros destinatarios del grano que cosechamos en nuestras llanuras. El ácido fítico abandona el tracto digestivo de los animales monogástricos sin ser aprovechado y constituye una de las principales fuentes de contaminación con fósforo de las aguas. Lograr cultivos que contengan mucho menos ácido fítico en sus granos puede aliviar la demanda global de fósforo y reducir el problema local de contaminación de las producciones animales intensivas. La baja concentración de fósforo de aquella pequeñísima fracción de los granos que se usan como semilla puede compensarse con peleteados u otras formas de suministro directo en la siembra. A diferencia de la extracción de nitrógeno de los cultivos que responde en forma directa a la producción de proteínas y es por lo tanto difícil de reducir, la de fósforo está destinada en gran medida a un componente de poca importancia nutricional, y esto constituye una oportunidad muy grande para el caso de la soja en Argentina que son respectivamente el grano con mayor demanda de fósforo y el país con mayor exportación neta de este elemento a otras regiones.
 
Aprender al hacer
Necesitamos una aproximación dinámica del problema producción-ambiente y sus soluciones, concentrada en cómo dirigir el cambio más que en cómo evitarlo. La visión estática de la naturaleza y la sociedad ha llevado a la propuesta del principio precautorio (comprendo, luego actúo) en los planteos del sector ambiental al productivo. 
Se reclama conocer las consecuencias de nuevas intervenciones agrícolas antes de implementarlas. Una respuesta común del sector productivo dentro de este marco estático ha sido la formulación de buenas prácticas de producción orientadas a una supuesta sustentabilidad. Pero es difícil definir cómo deberían ser esas prácticas a priori. Cambia el ambiente y lo que sabemos de él, cambian las tecnologías y las opciones, y la mejor práctica hoy puede ser mala mañana. Si adoptamos una visión dinámica de la naturaleza y la sociedad y reconocemos la insustentabilidad de las actividades humanas, surge como opción superadora la propuesta del manejo adaptativo (comprendo mientras actúo), que reclama implementar las nuevas intervenciones agrícolas, en forma gradual y experimental, acompañándolas con mecanismos explícitos de monitoreo, análisis, comunicación y debate de sus impactos ambientales. En esta visión se vuelven mucho más útiles que las buenas prácticas de producción, las buenas prácticas de aprendizaje y negociación. El manejo adaptativo involucra múltiples escalas. Los efectos del desmonte sobre la materia orgánica del suelo y el stock de carbono, sobre las napas freáticas, o sobre las poblaciones de grandes mamíferos nativos, requieren observaciones y observadores distintos y deben, en todos los casos y etapas, sumar aportes del sistema de ciencia y tecnología.
El agua ofrece buenos ejemplos. Era improbable anticipar todas las consecuencias hidrológicas que el reemplazo de pasturas y montes por agricultura tendría en nuestras llanuras. El gran experimento de hacerlo fue dando pistas y hoy, con el diario del lunes, las entendemos. Hemos generado excesos hídricos sostenidos y lo que en un principio se atribuyó exclusivamente a las fluctuaciones climáticas, hoy aparece también vinculado a los cambios en el uso del territorio. Ascensos freáticos de diez metros en Marcos Juárez desde los 70s con lotes que se inundan  por primera vez en la historia. Napas que salvan la producción en años secos pero que ponen en jaque siembras y cosechas en años más húmedos. Sales que aparecen en la superficie cuando menos lo esperamos. Hay que aprender sobre la marcha pero hay un método para eso. Nuclear expertos y observadores locales, plantear problemas actuales e hipotéticos, avanzar gradualmente con el cambio reservando zonas control. Medir las variables consideradas más sensibles. Hacer transparente la información y su interpretación.

Debatir y negociar.
Y en este proceso hay que reclamar al sector de ciencia y tecnología que no sólo acompañe las etapas anteriores ni que se limite a evaluar las opciones productivas existentes sino que apoye la generación de otras opciones productivas superadoras, con la producción y al ambiente en la mira. De esta colaboración surge la mejor innovación. Hoy pasamos de medir niveles freáticos en un puñado de puntos de la región pampeana a tener plataformas online con datos de más de una centena de sitios sostenidos por productores. Articulamos esa información con datos de nuevos satélites capaces de medir el campo gravitatorio de la tierra ofreciéndonos en tiempo real una medida del agua acumulada en una región. Un “David” de freatímetros que se multiplican e integran en redes, un “Goliat” de tecnología espacial  cada vez más sofisticada. Necesitamos a los dos en el equipo para entender y pronosticar  anegamientos o aportes de la napa a los cultivos, mejorando sus planteos. Algunas organizaciones ambientalistas preocupadas por la pérdida de nuestros últimos pastizales establecen alianzas con el sector ganadero, convocan a la ciencia, y avanzan en el conocimiento sobre el efecto de distintas prácticas ganaderas sobre la preservación de hábitats, de flora y de fauna nativas. En cada ciclo de intervención, monitoreo, análisis y negociación/innovación, iremos generando sistemas mejores para producir y para cuidar el ambiente. Esa es la apuesta y se apoya en la colaboración y la transparencia.
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Autores:
Esteban Gabriel Jobbágy
Universidad Nacional de San Luis
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Cipriano Martinez Tutiven
20 de julio de 2015
Saludos a todos.- durante mucho tiempo e manifestado en varios foros de la importancia que tiene el agua bien aprovechada ósea esparcida por medio de un sistema adecuado de riego por el sistema que su necesidad lo demande y que el agua que va a emplear en el cultivo sea analizada para comprobar que es acta para aplicarla al o los cultivos a realizar y con ese elemento vital mas el sistema de riego a emplear esta garantizado que su cultivo va a tener lo justo con respecto a la necesidad hídrica que demandan los cultivos para un desarrollo sostenido y produccion efectiva y deseada. Cuando los sectores que tienen actividad agrícola incluyendo al desarrollo ganaderos en todas sus manifestaciones quisieran disminuir los problemas que van a tener antes ,durante y después de la previa a la cosecha debe de tener agua en condiciones buenas y suelos bien analizados y trabajados para que la finalidad de estos dos elementos básicos den los resultados que se espera. El agua debe de ser analizada antes de que los animales la consuman. En muchas partes de los campos en todo el mundo se vierten desperdicios al agua que perjudican al sistema agrícola y ganadero y a otras áreas como la agropecuarias. Todos o casi todos sabemos por medio de los analisis la cantidad de metales pesados que contiene el agua y que muchos de ellos tienen incidencia directa en el desarrollo de algunas plantaciones. En alguna ves manifesté que el desarrollo ganadero debería ser estabulado para poder un control en la parte sanitaria de lo que bebe la ganadería cual quiera que esta sea y tener en cuenta conque se va a regar el pasto que se va a consumir, este control permite tener un buen resultado en esta gestión y el consumidor que normalmente es el sacrificado se lo pueda proteger indirectamente con esta accion. El agua es vida y salud, cuidemos nuestros rios y todos los depósitos que nos sirven para captar agua de buena acta para todo lo que la vamos a necesitar.
Aldo Celaa
20 de julio de 2015
Ing Jobbágy: ¡Excelente su artículo! Dejemonos de " comprar" problemas ajenos y pongamonos a solucionar los nuestros.
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